Capítulo 6

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Corría por el parque cercano a mi casa mientras pensaba en el trabajo que tenía que hacer mañana. Alex tenía una idea muy diferente a la mía acerca del amor: Él pensaba que el amor solo te ata a las personas y no te deja ser libre, pero yo mantenía la idea de que es el sentimiento más bonito y más puro que existe. La mejor prueba de ello eran mis padres, pues a pesar de las dificultades a las que se enfrentaron, hicieron todo lo posible para seguir juntos hasta el final. Yo había vivido en primera persona el amor que se tenían; había sido testigo de cómo mi padre miraba a su mujer sintiéndose el hombre más afortunado del universo. Había presenciado millones de sonrisas furtivas, miles de caricias inocentes y cientos de besos sinceros... Por eso yo anhelaba tener un romance como el de mis padres.

Tal vez Alex pensaba así por la muerte de sus padres, porque cuando te arrebatan inesperadamente algo que amas con todo tu corazón, piensas que ya no tienes nada más que ofrecer. Mi padre se sintió así después del entierro; se sentía incapaz de volver a enamorarse. Y de momento, no se había vuelto a fijar en nadie más. No porque no quisiera, sino porque todavía no había encontrado a una mujer que pudiera superar a mi madre. No obstante, yo también perdí a mi madre y no pensaba igual que Alex. Y tampoco podía creer que nunca hubiera tenido novia o que nunca hubiera mantenido relaciones sexuales. Porque en cierto modo, eso es sentir amor ¿no?

¿Por qué estaba pensando tanto en Alex? Me humilló en dos ocasiones sin el más mínimo remordimiento, y una delante de todo el instituto. Debía odiarle con todo mi ser. Debía hacerle pagar por todo lo que me había hecho. Pero a pesar de todo eso, no podía quitarme de la cabeza ese beso tan dulce y a la vez tan amargo que nos dimos.

Desde que nos besamos, no había ni un solo momento en el que no pensara en el maravilloso roce de sus labios. Cada vez que cerraba los ojos podía ver su sonrisa despreocupada, al igual que sus grandes y preciosos ojos azules, sus largos dedos recorriéndome enterita... Nunca había sentido una atracción tan fuerte como la que sentía con Alex. Ni siquiera con Brett en los dos años que estuvimos de relación. No entendía lo que me estaba pasando. Alex solo era un chico más. Entonces, ¿por qué no podía quitármelo de la cabeza?

Decidí pensar en las animadoras. Al principio, cuando se me ocurrió la coreografía en la ducha, pensaba que iba a resultar fácil hacerla. Sin embargo, cuando la puse en práctica, fue más complicada de lo que esperaba; solamente teníamos los pasos de baile, todavía nos faltaba añadir los saltos, las piruetas y demás para que el baile quedase fenomenal. Todavía quedaba mucho trabajo por hacer.

Giré la cabeza al darme cuenta de la presencia de un hombre corriendo a mi lado. Llevaba unas simples zapatillas deportivas seguidas de un gemelo y unos cuádriceps bien definidos. Seguí subiendo hasta encontrar un gran bulto en su entrepierna que se marcaba cada vez que daba una zancada, una camiseta ajustada a su trabajado cuerpo y unos brazos grandes y fuertes. Sus ojos azules se giraron hacia mí y sus labios se curvaron levemente hacia arriba.

—¿Qué haces?

—Correr. ¿No me ves?

—¿Y por qué lo estás haciendo conmigo?

—¿Quién dice que lo esté haciendo contigo?

Eso se podía probar fácilmente. Aceleré el paso e intenté adelantarle para comprobar mi teoría, cuando Alex también aceleró el ritmo hasta colocarse nuevamente a mi lado.

Así que corriendo solo, ¿eh?

Lo que empezó siendo una estúpida demostración, acabó convirtiéndose en una divertida carrera; no podíamos parar de reír al mismo tiempo que intentábamos adelantarnos. Alex era bastante rápido y al tener las piernas más largas que yo, tuve que hacer un mayor esfuerzo para mantener su ritmo. Pero al ver que estaba empezando a quedarme atrás, tiré de su camiseta para frenarle un poco y conseguir algo de ventaja, aunque tampoco sirvió de mucho.

Mi mejor errorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora