Lo primero que hice nada más levantarme al día siguiente fue bajar a la cocina a preparar el desayuno a mi padre. Hoy era su primer día de trabajo, y quería que estuviera bien alimentado para rendir lo máximo posible en la obra.
Mi padre era un increíble constructor. Es más, esta casa fue una de sus mejores obras; dedicó mucho esfuerzo y sudor en crear la casa de los sueños de mi madre, meses y meses de duro trabajo planificando la estructura y el minucioso diseño para que ella fuera feliz. Y fueron felices durante un tiempo, hasta que el cáncer volvió a ella; estas paredes fueron testigos de cómo mi madre fue apagándose lentamente, cómo mi padre se pasaba las noches enteras a su lado llorando y suplicando a dios que se curara. Presenciaron como encontré a mi madre sin vida... Sin embargo también me habían visto crecer, me habían visto reír y me habían visto llorar. Había demasiados recuerdos dolorosos, pero era nuestro hogar.
Aparté los huevos revueltos de la sartén cuando mi padre apareció vestido con su antiguo mono de trabajo. Hacía mucho que no se lo veía puesto, y eso me sorprendió, aunque lo que me dejó realmente sin palabras fue que se había recortado y arreglado la barba. Ahora parecía un hombre completamente diferente al que era ayer.
—¡Vaya, estás guapísimo!
Dejé el plato con huevos revueltos y beicon frito en la isleta, al lado del vaso de zumo y los cubiertos que había preparado con anterioridad.
—Gracias —sonrió con timidez.
—Te he preparado el desayuno.
—Ya lo veo, y tiene todo muy buena pinta, princesa, pero he quedado con los compañeros para desayunar —sonrió en modo de disculpa—. Pero puedes comértelo tú. Debes estar harta de tanta avena —miró el reloj de su muñeca—. Me voy a trabajar. Nos vemos esta noche.
Me dio un sonoro beso en la frente.
—¡Suerte!
Miré el plato de comida y él me miró a mí.
—No pienso tirarlo a la basura —siseé, y me llevé un poco de huevos a la boca.
Me encontré con Sarah en la puerta del instituto. Para el día de hoy me había decantado por un vestido corto de color blanco y unos botines de tacón, aunque me arrepentí en cuanto me di cuenta de que tenía que recorrer más de veinte manzanas para llegar al instituto.
Inmediatamente comenté a mi amiga lo que había sucedido la noche anterior con Alex, la conversación que mantuvimos desde que me monté en su coche hasta que me bajé. Me había pasado la noche tirada sobre la cama con sus crudas palabras revoloteando en mi cabeza, recordándome la imagen que todo el mundo tenía de mí y que no me gustaba. Pero prefería antes esa imagen a que supieran todos los miedos e inseguridades que tenía. Prefería que me recordaran por ser la capitana de las animadoras a aquella chica tímida que perdió a su madre.
—Alex se ha pasado de la raya —dijo Sarah mientras cogía el libro de español de su taquilla. Yo hice lo mismo, y la cerré de un golpe—. No puede ir insultando de ese modo. Y menos a gente que no conoce... Porque yo no estaba allí, porque si no te juro que le hubiera cantado las cuarenta.
—No me cabe duda —sonreí.
Cuando nos dimos la vuelta para ir a clase, nos encontramos a Brett. Me quedé paralizada, preguntándome cuánto había oído, pero al ver sus mejillas enrojecidas y los puños cerrados con fuerza a los costados, deduje que lo había escuchado todo.
Salió corriendo en dirección al aula mientras que Sarah y yo intentábamos detenerle, pero todo lo que hicimos y dijimos no sirvió para nada; al entrar por la puerta buscó a Alex entre las personas que habían sentadas en sus respectivos asientos, y cuando lo encontró recostado en su pupitre al final de la clase, hecho una furia, se dirigió hacia él.
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Mi mejor error
RomanceChloe Davis es la chica más popular del instituto. Todo en su vida es perfecto, está controlado. Hasta que en el último curso aparece un chico nuevo; Alex Wilson, tan borde y arrogante como guapo e irresistible, que pondrá todo su mundo patas arrib...