Capítulo 19

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Deslicé por mis piernas una falda holgada negra. Me puse una camiseta blanca sin mangas metida por dentro, unos botines de tacón y la cazadora de Alex, que se había convertido en mi prenda favorita. Agarré mi bolso junto a la bolsa del gimnasio y salí hacia el instituto.

En cuanto llegué, Sarah vino hacia mí apresuradamente.

—Oye, ¿qué te parece si nos saltamos las clases y vamos a Starbucks? —preguntó abruptamente. Me agarró de la mano y tiró de mí en la dirección opuesta al instituto—. Hoy tenía que entregar un trabajo y no lo he hecho...

—¿Desde cuándo no haces los trabajos?

Sarah era muy responsable con sus estudios. Por eso me costó creer que no hubiera hecho ningún trabajo cuando solía entregarlos incluso antes del plazo de entrega.

—Se me olvidó —se encogió de hombros.

Lanzó una mirada por encima de mi hombro y después bajó hasta mis ojos. Parecía nerviosa, como si no quisiera que me enterase de algo.

—Sarah, dime qué está pasando.

Ella soltó un largo suspiro.

—Alex.

La miré ceñuda.

—¿Qué pasa con él?

—Es mejor que lo veas por ti misma.

Sacó del bolsillo trasero de su vaquero un papel doblado. Al desenvolverlo, me di cuenta de que se trataba de un montaje fotográfico de una chica desnuda con mi cara sobre la original al lado de un hombre que metía los dedos en su interior.

Cerré los ojos con fuerza y traté no alterarme.

—¿Cuántas hay?

—Están colgadas por todo el instituto.

—Esto no lo ha hecho Alex.

Alex y yo habíamos tenido muchas diferencias, pero no lo veía capaz de hacer algo tan rastrero.

—¿Y cómo lo sabes? —quiso saber mi amiga.

—Simplemente lo sé, ¿vale?

—Podemos ir a mi casa si quieres —propuso.

—No. Quién haya hecho esto esperaba que me escondiera. Y no pienso darle el gusto. Puede que ya no tenga la imagen de vida perfecta, pero no pienso dejar que me pisoteen.

Cuando entramos por la puerta doble, todos los estudiantes que estaban en el pasillo se giraron hacia mí con la fotografía en las manos mientras cuchicheaban por lo bajo. Algunos me señalaron y compararon con la mujer desnuda de la imagen, otros simplemente se rieron; yo seguí mi camino sin detenerme y con la cabeza bien alta, consciente de que nada de esto iba a poder conmigo.

Sin embargo, a cada paso que daba, resultaba más y más humillante. Contuve las lágrimas que amenazaron por salir mientras me dirigía a mi taquilla. Pese a que ahora no tenía la máscara que empleaba para esconderme del mundo, tampoco pensaba dejar que me vieran débil; ignoré cada mirada y cada comentario que escuchaba y mantuve la compostura por mucho que por dentro estuviera rompiéndome en mil pedazos.

Sarah no se separó de mí ni un solo momento, parecía mi sombra. Sentir su apoyo hacía que me sintiera fuerte. En varias ocasiones tuvo que defenderme de los comentarios ofensivos, pues yo ahora mismo me sentía incapaz de defenderme. Podía mantener una imagen superficial, pero si hablaba, corría el riesgo de derrumbarme.

En la puerta de mi taquilla había una copia de la foto donde había escrito la palabra: «Chica fácil» en rojo. La arranqué con rabia y la hice añicos. Guardé la bolsa en el interior y cogí el libro de español.

Mi mejor errorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora