Alex se había cambiado de ropa para trabajar en el taller. Ahora llevaba puesto el mono de trabajo de color gris oscuro con las mangas atadas a la cintura y una camiseta de tirantes. En la zona de reparación había unos seis coches estacionados, todos ellos pendientes de revisión; cuando había dicho que tenía que hacer un par de cosas en el taller había imaginado que tardaríamos como mucho una hora, y ya llevábamos dos y con la expectativa de tardar al menos una más.
—¿Cuánto más crees que vas a tardar? —pregunté mientras Alex levantaba el capó del tercer coche y empezaba toquetearlo por dentro. Yo me limité a observarlo apoyada en la carrocería del coche número dos.
—No mucho.
Si alguien me hubiera preguntado cómo quería pasar el día de mi decimoctavo cumpleaños, no habría sabido qué contestar, pero sabía que así no sería. Tampoco es que tuviera algo planeado. Bueno, en realidad sí que lo tenía: A los nueve años, a Sarah y a mí nos ilusionaba la idea de llevar un elegante y precioso vestido largo como las princesas y bailar un romántico vals de la mano de nuestro príncipe azul. En aquella época nos encantaban las princesas Disney. Y conforme fuimos creciendo y nuestras mentes fueron dejando atrás esa mentalidad de niña, esa idea se transformó en una gran fiesta de disfraces cualquiera. Para el cumpleaños de Sarah no se pudo hacer nada ya que ella estaba en coma y lo único que sus padres organizaron fue una pequeña reunión en el hospital con la familia y los amigos más cercanos. Y yo no tenía ganas de organizar nada sin ella. Aunque sí que me hubiera hecho ilusión tener al menos una cena con mis seres queridos...
Solté un bufido y observé mi alrededor. En el tablón de fotos que había colgado en la pared ahora también había fotos mías, Alex debió ponerlas hace poco porque la última vez que vine no estaban: Una de ellas es del día de Navidad, salimos sentados en el sofá de mi casa con una sonrisa; había otra en el lago, los dos empapados y sentados sobre el embarcadero después de habernos metido en el agua; y otra en uno de los partidos de lacrosse que ganamos, los dos dándonos un beso celebrando la victoria. También había otras tantas jugando con sus primos y otras de Harry y Hannah en sus diferentes viajes.
Alex ahora estaba bajo el coche número 3. Cuando se incorporó, yo estaba a su lado, con la cadera apoyada en la carrocería plateada del Volvo y los ojos puestos en sus brazos cubiertos por manchas de grasa.
—¿Has terminado?
Se acercó a un carrito rojo, dejó la herramienta y se limpió las manos con un trapo.
—Con este sí. Pero me queda un coche más antes de irnos.
Puse los ojos en blanco.
—¿En serio, Alex?
Podríamos estar literalmente haciendo cualquier otra cosa, podríamos ir a dar una vuelta por el pueblo, ir al cine, a cenar en algún restaurante bonito o podríamos ir a mi casa y tener sexo, pero él prefería quedarse el día de mi cumpleaños en el taller y arreglar los malditos coches.
—Lo siento mucho, nena. Te lo compensaré. Lo prometo.
Me debía una y de las gordas.
Se inclinó hacia mí y presionó sus labios sobre los míos. Pero en ese momento no quería un beso para menores de dieciocho años, no, yo quería un beso de verdad, de esos que incluían lametones, mordiscos y algún que otro tocamiento bajo la ropa; tiré de su camiseta hacia mí hasta que sus labios volvieron a estar sobre los míos.
Chupé su labio superior y mordí el inferior. Alex respondió al beso con viveza y su lengua se hundió entre mis labios, explorándome, saboreándome. Se agachó para tomarme y sentarme sobre el capó del coche, yo enrosqué las piernas alrededor de su cintura y lo apreté contra mí.
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Mi mejor error
RomanceChloe Davis es la chica más popular del instituto. Todo en su vida es perfecto, está controlado. Hasta que en el último curso aparece un chico nuevo; Alex Wilson, tan borde y arrogante como guapo e irresistible, que pondrá todo su mundo patas arrib...