Capítulo 2

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El primer partido de la temporada de lacrosse era para dentro de dos semanas, y las chicas y yo en el entrenamiento de hoy habíamos dedicado todo el tiempo a realizar las pruebas para las nuevas animadoras —cuyas inscripciones necesitábamos con urgencia—, por lo que hoy no había sido un día de mucho esfuerzo físico. No obstante, no veía el momento de llegar a casa y tumbarme en mi cama.

Lo peor de tener el coche estropeado era caminar más de veinte manzanas con el bolso colgando de un brazo y la bolsa del gimnasio en el otro para volver a casa. Hacía dos meses tuve un pequeño accidente; un coche me topó cuando esperaba a que el semáforo cambiara de color. El golpe no fue tan grave como para tenerlo durante tiempo en el taller. No comprendía por qué tardaban tanto en arreglarlo.

Cuando llegué a casa, dejé las cosas a un lado de la puerta.

—¿Papá? —alcé la voz.

—Estoy aquí.

Su voz provenía de la cocina. Entré y vi a mi padre intentando coger una bandeja de lasaña del horno con la ayuda del trapo, pero de algún modo, acabó quemándose la punta de los dedos y tirando la lasaña al suelo. El queso fundido y los trozos de carne picada llegaron hasta mis pies.

—¡Joder! —maldijo mientras se chupaba el dedo.

—¿Qué hacías cocinando? Sabes que de eso me ocupo yo.

—Hoy era tu primer día de clase y tu primer entrenamiento de animadoras. Quería que tuvieras la cena lista para cuando llegaras...

—Gracias, pero a partir de ahora déjame a mí el tema de la cocina, ¿de acuerdo? Y no te preocupes por esto, ya lo recojo yo todo. Tú puedes ir a ver la televisión al salón, si quieres.

—Como quieras —sonrió—. Por cierto, han llamado los del taller esta mañana. Ya tienen tu coche reparado. Puedes pasar a por él cuando quieras.

—Recojo esto y voy. Y ya compro algo para cenar.

—Vale. Toma.

Sacó unos cuantos billetes de su cartera y me los ofreció.

—¿Qué es esto? —no estaba acostumbrada a recibir dinero de mi padre, pues trabajaba para tener el mío propio y no tener que pedirle a él.

—Para que compres la comida.

—Papá...

—Cielo, llevas malgastando tu dinero en comida demasiado tiempo.

—Sabes que a mí no me importa...

—Pero a mí sí que me importa —repuso—. Además, tengo una buenísima noticia —dibujó una sonrisa que apenas le cabía en el rostro—. Tengo trabajo.

—¿De verdad?

—Sí, y es en una buena empresa. A partir de ahora pienso hacerme cargo de los gastos de la casa, por lo que no hace falta que sigas trabajando. Ahora puedes centrarte únicamente en tus estudios y en los entrenamientos de animadoras. Has estado demasiado tiempo ocupándote de todo... Déjame que ahora sea yo quien cuide de ti.

Desde la muerte de mi madre, mi padre estuvo bajo una gran depresión. Intentó centrarse en su carrera, pero el dolor de la pérdida era demasiado grande como para obviarlo y continuar. Por esa razón le echaron de la empresa constructora para la que trabajaba y se ocupó de lleno a mí. Y mientras me criaba, buscó trabajo en alguna que otra obra. El problema es que en ninguna de ellas ofrecían un sueldo decente, por lo que cuando tuve la edad suficiente, busqué uno yo para ayudar con los gastos y no perder la casa que mi madre tanto adoraba.

Al principio, compaginar los estudios, los entrenamientos de animadoras y el trabajo fue una tarea un tanto ardua; siempre acababa agotada al acabar el día, sin ganas de darme una ducha o de comerme una buena hamburguesa. Pero ahora que había conseguido un puesto en una buena empresa, podía prescindir de una de ellas y conseguir algo de tiempo libre para mí.

Mi mejor errorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora