Capítulo 11

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Después de estar un rato con Brett jugando con la Playstation, volví a casa. Pese a que hoy no era viernes, me apetecía salir a correr un rato y despejar la mente. Subí a mi habitación para ponerme unas mallas deportivas y una camiseta sin mangas reflectante. Me calcé las zapatillas y cogí el teléfono móvil y los auriculares.

Solía correr por el parque que había al lado de mi casa por los recuerdos que me venían a la mente. Aquí era donde mi madre solía traerme para que jugara con otros niños de mi edad y donde mi amistad con Sarah fue consolidándose. Cualquier rincón al que miraba me hacía recordar a algún momento en específico: En el columpio naranja me caí y me tuvieron que dar un par de puntos en la barbilla. Me pasé todo el trayecto hasta el hospital llorando; un par de metros más adelante me encontré a un perrito perdido. Colgué carteles por los árboles del vecindario para localizar al dueño y, cuando lo encontré, me llevé una pequeña recompensa; aquí fue donde mi padre me enseñó a montar en bici; donde me di mi primer beso con un primo de Sarah. Por eso me gustaba venir a correr aquí, porque de algún modo podía revivir esos momentos.

Noté la presencia de otra persona corriendo a mi lado y al instante supe de quién se trataba; ladeé la cabeza y miré la mata de pelo cobrizo de Alex y su boca jadeante. Pausé la canción que sonaba los auriculares.

—Estás cogiendo el gusto a esto de seguirme, ¿no crees?

—¿Y por qué iba a seguirte? —alzó una ceja.

—No lo sé. Dímelo tú.

—Quizá te he visto y me apetecía hablar contigo.

—¿Quieres que vayamos al lago? —propuse.

Asintió con una amplia sonrisa.

Cuando llegamos, apoyé las manos en las rodillas y empecé a dar grandes bocanadas de aire para recuperar el aliento. En el trayecto hasta aquí habíamos acelerado tanto el ritmo que sentí que los pulmones me iban a estallar en cualquier momento.

Alex estaba frente a mí, jadeando y con las manos apoyadas en sus caderas. Su pecho subía y bajaba frenéticamente. Echó la cabeza hacia atrás como si eso lo ayudara a respirar mejor, cosa que pareció ser cierta. Se levantó la camiseta y se secó el sudor de la frente, dejando inconscientemente sus abdominales a la vista, o conscientemente, no sé. Yo me quedé paralizada contemplándolos el tiempo suficiente como para que se diera cuenta; cuando me miró, disimulé mirando el lago a la vez que estiraba los brazos, aunque supuse que me había pillado.

Caminé hacia el embarcadero y me senté en el extremo.

Alex se sentó a mi lado.

—Cada día que pasa, me gustan más estas vistas.

—¿Has venido más veces? —quise saber.

—Casi todas las noches...

—¿Y te ha servido para algo?

—A veces —se encogió de hombros—. Otras simplemente me viene bien estar aquí. Me ayuda a pensar y a reflexionar sobre mi comportamiento de estos últimos días.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Mi tío me obligó a ir al instituto para terminar el último curso que me faltaba. Por eso al principio no era muy amable con nadie. Estaba enfadado porque lo que yo quería hacer era trabajar, ganar dinero y no perder el tiempo en estudiar. Y lo pagué con quien no debía.

Ladeó la cabeza y me miró.

—Yo estoy de acuerdo con tu tío —dije—. Estoy segura de que lo único que pretendía es que tuvieras un buen futuro. Incluso tal vez ir a una buena universidad.

Mi mejor errorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora