Capítulo 8

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Ayer me pasé todo el día del domingo haciendo el trabajo de literatura yo sola, imaginándome el punto de vista de Alex acerca del amor. Fue realmente difícil meterme en la mente de un hombre perturbado y sin empatía alguna hacia las personas, pero al final, después de muchos intentos y muchos fracasos, lo conseguí. O eso creía. Solamente esperaba que el trabajo no hiciera que mi media descendiera por no haberlo logrado...

Anoche, Sarah me contestó al mensaje después de estar todo el sábado sin dar señales de vida. Me dijo que no pudo quedar con nosotros porque había quedado con el profesor Grant, pero tampoco es que me importara que no pudiera venir, pues al fin y al cabo, me lo pasé bastante bien con Brett.

Entré junto con mi amiga a la clase de literatura. Nada más encontrarnos en la puerta del instituto, le había contado lo que me hizo Alex con la manguera.

—¿En serio que te hizo eso?

—Sí —resople—. Estoy demasiado harta de Alex. No sé lo que voy a hacer cuando lo vea...

Mis ojos se cerraron por la impotencia y rabia que sentía. Que me empapara fue la gota que colmó el vaso que ya estaba a punto de desbordarse. Sus constantes humillaciones y sus desprecios habían agotado por completo mi paciencia, y todo porque tenía una imagen equivocada sobre mí...

Sarah alzó la mirada y me hizo una señal para que mirase detrás de mí, y cuando lo hice, Alex se hallaba a mis espaldas, vestido con unos vaqueros negros ajustados y una camiseta roja con el cuaderno y el libro bajo el brazo derecho.

Retrocedí hasta chocar con Sarah, queriendo poner la mayor distancia entre nosotros.

—¡Aléjate de mí!

—Tranquila —levantó las manos en modo de rendición. Su boca se curvó ligeramente hacia arriba—. Solo pretendo darte esto.

Sacó de su cuaderno una carpeta roja.

—¿Qué es?

—El trabajo. Cuando te vi llorando me sentí realmente mal, así que decidí hacerlo —se encogió de hombros, apretando los labios hasta formar una fina línea.

—Yo también he hecho el trabajo.

—He explicado mi punto de vista y he imaginado el tuyo. Creo que ha quedado bastante bien. Léelo o tíralo a la basura, me da igual. Yo ya he cumplido con mi parte.

Fue hacia su sitio.

Me senté en mi pupitre. Abrí la carpeta y empecé a leer el trabajo por encima. Había descrito el amor de una forma tan bonita y a la vez tan perturbadora que era fascinante; su punto de vista se podía resumir en que las personas somos como una especie de imán y que a lo largo de nuestra vida encontraremos muchos tipos diferentes de imanes.

Según había descrito, las parejas, cuando terminan, se debía a que eran demasiado iguales y no se complementaban, o como había descrito él, «de la misma carga». Muy pocas encontraban su carga complementaria, su compañero, por lo que concluyó el trabajo diciendo: «Cuando conoces a la persona adecuada para ti, simplemente lo sabes. No saltan chispas ni tampoco sientes las famosas mariposas en el estómago ni nada por el estilo. Sin embargo, algo dentro de ti lo sabe. Y si todo eso que sientes no sabes describirlo con palabras, enhorabuena, porque estás enamorado».

Por lo que había estado leyendo, Alex estuvo a punto de enamorarse, pues había escrito: «El amor es una especie de bucle: Conoces a esa persona. Caes rendido a sus pies pensando que todo es de color de rosa. Al principio todo son besos, risas y mimos. Sin discusiones. Sin peleas. Pero ¿qué hay después del famoso «y vivieron felices y comieron perdices»? Pues todo lo contrario; las risas se sustituyen por llantos; el color rosa se transforma en un negro tan oscuro que eres incapaz de ver el lado bueno de las cosas, un color tan profundo que te ahoga; y al final, uno de los dos acaba marchándose y el otro se queda sin saber qué hacer. Solo quiere gritar, llorar, golpear algo, o simplemente alejarse de todo y desear que todo acabe. Hasta que conoces a otra persona y todo vuelve a empezar».

Mi mejor errorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora