Prólogo

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La vida en el instituto es complicada.

Todo el mundo piensa que cuando eres adolescente no tienes ninguna preocupación en la vida, que no tienes que preocuparte por pagar la casa, el agua, la luz o la comida, pues tus padres se ocupan de ello, que no sabes lo que es matarte a trabajar para que después no valoren tus esfuerzos... Todos piensan que la vida de un adolescente se basa en ir de fiesta, salir con los amigos, discutir con los padres, escuchar música y quejarte porque nadie te entiende.

Pero eso no es del todo cierto.

Cuando te vas haciendo mayor, piensas en todos esos momentos que te marcaron en tu niñez; tu primer beso, tu primera fiesta, tu primer amor, tu primera vez... y desearías volver a tener dieciséis años para revivir esas primeras veces. Pero la gente siempre suele olvidarse de cómo es la vida en el instituto.

Los adolescentes pueden ser muy crueles cuando eres diferente al resto; si tienes unos kilos de más, te insultan incansablemente hasta el punto de que al final dejas de quererte; si tienes gustos diferentes al resto, te critican porque no logran entender que no te guste lo mismo que a ellos, pues claro, sus gustos son los correctos y quien opina lo contrario está mal de la cabeza. 

La vida en el instituto es muy cruel. Un universo en el que, para encajar, debes comportarte como los demás, seguir a la masa para pasar desapercibido, pues si destacas, estás perdido. Todos allí tienen una imagen de ti que, por mucho que lo intentes, te va a acompañar el resto de tu vida: El feo, la gorda, la fácil, el friki... Habrá momentos en los que no puedas más, en lo que pienses que el mundo se te viene encima y no podéis controlarlo, y os puedo asegurar que es una sensación de lo más desagradable.

Ahora quiero decirte una cosa: ¿Qué más da que tengas un par de kilos de más? No tienes que gustar a nadie excepto a ti mismo. Los demás se pueden ir al cuerno si quieren; ¿qué más da que tengas un gusto diferente? Es tu vida y eres tú quien decide cómo vivirla; ¿qué más da si eres un aficionado a los videojuegos o a las películas? ¿Qué más da si te equivocas? Somos personas y todas nos equivocamos.

Sé que todo el mundo te habrá dicho lo mismo y que nada de lo que te diga te hará cambiar de opinión, pero déjame decirte que solamente vivimos una vez y que no debemos vivir a través de los ojos de los demás, sino de los nuestros propios.

La cuestión es que, cuando te haces mayor, todo eso desaparece. Todo ese infierno queda escondido en un lugar remoto de nuestro cerebro y no verá la luz jamás. Quizás sea porque lo que creías importante cuando eras adolescente deja de serlo cuando te haces mayor, o porque te das cuenta de que lo que realmente importa es la imagen que tengas de ti mismo y no la que tienen los demás.

No os voy a mentir. Yo también tengo una imagen. Suelo utilizarla para que los demás no se den cuenta de lo destrozada que me siento por dentro, de los miedos e inseguridades que me acompañan desde una edad bastante temprana. Mi única preocupación era seguir manteniendo mi imagen de chica perfecta, la de capitana del equipo de animadoras a la que no le importa lo que opinen de ella cuando, en realidad, es por lo único que me levanto por las mañanas.

Yo pensaba así.

Hasta que lo conocí a él. 


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