No podía dormir. Estar en esta habitación, en el lugar donde creció mi madre..., me resultaba raro. Además, tampoco podía dejar de pensar en Alex. Sus palabras seguían en mi cabeza grabadas a fuego. Ladeé la cabeza para mirar el reloj que había sobre la mesita auxiliar. Estaba a punto de amanecer.
Decidí salir a correr un rato.
Necesitaba tomar un poco de aire fresco.
Me puse unas mallas negras, un top rosa y una chaqueta del mismo color. Reuní mi cabello en una coleta alta. Me calcé las zapatillas de deporte, cogí el móvil nuevo y los auriculares y salí de casa.
Correr siempre me había ayudado a despejar la mente. Sin embargo, por más que tratara de pensar en otra cosa, no podía dejar de recordar la conversación que tuve con Alex acerca de sus sentimientos. O aquel beso que nos dimos en su habitación. La huellas de sus manos seguían estando muy latentes por todo mi cuerpo. Sacudí la cabeza para desprenderme de todo, alejar las sensaciones que Alex producía en mí.
Todo era culpa mía. Había estado tanto tiempo negando mis sentimientos que lo único que había conseguido era complicar aún más la situación. Si desde un principio lo hubiera intentado con Alex, si le hubiera dado una oportunidad, ahora mismo las cosas serían completamente diferentes. Pero siempre acababa fastidiándolo todo, cometiendo error tras error.
Después de recorrer varios kilómetros por la playa, decidí que era hora de volver a casa.
Entré por el ventanal panorámico que conectaba el patio con la cocina. Abrí el frigorífico y saqué una botella de agua. Tenía muchísima sed. Cogí del armario un vaso de cristal. Me bebí el vaso entero de un trago.
Limpié el vaso y cuando me di la vuelta para regresar a mi habitación a darme una ducha, encontré a mi abuela sentada en un taburete, con los codos apoyados sobre la encimera mientras me observaba fijamente.
—Creo que ya sé lo que te pasa.
Fruncí el ceño.
—¿A qué te refieres?
—Anoche. En la cena. Tu padre hablaba de ese magnifico hombre que has encontrado... pero la expresión de tu rostro me decía una cosa muy diferente.
—No te entiendo, abuela.
Tragué saliva, nerviosa.
Puso los ojos en blanco.
—¿Y tú eres la más lista de la clase? —bufó—. Ayer te hice una pregunta muy sencilla y conseguiste escabullirte para no contestar. Pero en la cena obtuve la respuesta que necesitaba. No estás enamorada de ese hombre, ¿verdad?
—Llevamos poco tiempo saliendo y...
—Déjame terminar —dijo—. No estás enamorada de ese hombre porque tu corazón ya pertenece a otro. ¿Estoy en lo cierto?
Volví a ponerme la careta para mentir.
—¡Estás loca, abuela! —me reí—. Todavía me sorprende la imaginación que tienes —intenté dirigir la conversación a un tema más sencillo, pero mi abuela no dio el brazo a torcer.
—Cariño, ¿has tardado tanto tiempo en darte cuenta de que estoy loca? —preguntó exageradamente—. Pero te conozco, y sé que en ese corazoncito tuyo hay un hombre. Y algo me dice que no es Christian.
Me llevé las manos a la cabeza y suspiré.
Estaba cansada de mentir.
—Se llama Alex —siseé—. Es un compañero de clase.
—¿Él siente lo mismo por ti?
Asentí, incapaz de mirar a mi abuela a la cara.
—La semana pasada me confesó que quería salir conmigo.
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Mi mejor error
Roman d'amourChloe Davis es la chica más popular del instituto. Todo en su vida es perfecto, está controlado. Hasta que en el último curso aparece un chico nuevo; Alex Wilson, tan borde y arrogante como guapo e irresistible, que pondrá todo su mundo patas arrib...