Capitulo 23

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Revolví el desorden que había en mi casillero; Libros, cuadernos, notas que debí haber entregado a mis padres. Pero no había señal alguna de lo que realmente estaba buscando.

Nada. Absolutamente nada.

Cerré mi casillero de un portazo. ¿Por qué tuve que olvidarlo? ¿O perderlo? Da igual, no estaba por ningún lado. Lance mi mochila al suelo y me arrodille a buscar dentro de ella. Saque basura y papeles arrugados.

No, no, no, no, NO.

— ¡Demonios!— Estalle, llamando la atención de las personas que me rodeaban. — ¿Les debo?— espete. Rápidamente las miradas ajenas volvieron a su asunto.

Revolví el desorden a mí alrededor de nuevo. Un par de zapatos de charol negros aparecieron en mi campo de visión. Eleve el rostro. Un chico de al menos dieciséis años, alto y delgado, me observaba detenidamente. Entrecerré mis ojos. El chico cruzo sus brazos sobre su pecho y se aclaró la garganta.

Si intentaba intimidarme, no estaba logrando un buen trabajo. En su lugar parecía que algo le estaba picando quien sabe dónde.

— ¿Se te perdió algo?— pregunte.

El chico resoplo y saco una pequeña insignia, la cual era pequeña pero se distinguía en letras doradas la palabra "MONITOR". Solté una maldición. La vida no pudo haberme lanzado un rayo para que me electrocutara. No. Tuvo que mandar a traer la peor clase de autoridad estudiantil. Un demente, tipo "Sheldon", adicto al orden.

— Interfieres con el orden de este pasillo. — Señalo la basura a mi alrededor y luego un letrero cubierto de grafiti, del cual aún se podía leer la advertencia de "Basura en su lugar". — Mereces una infracción. — sentencio.

— ¡¿Qué?! — Lo que me faltaba, un imbécil. Saco una libreta del bolsillo delantero de su camiseta y anoto rápidamente sobre ella. Negué. — No puedes hacerlo. Aún sigo aquí. — Tenía que estar jugando conmigo, de lo contrario...

— ¿Cuestionas la autoridad? — pregunto.

— De hecho, Si, lo hago. Porque eres un estúpido adicto al orden. — Me incorpore sobre mis pies. — No tienes derecho alguno a darme una infracción.

El chico lanzo una mirada, escandalizado. Sus fosas nasales parecían abrirse aún más. — ¿Insultas la autoridad? — arranco dos hojas de su libreta. — Es una falta grave. — Me lanzo las hojas a los pies con desprecio.

Oh, No lo hizo.

Tome al imbécil por la camiseta y lo estrelle en el casillero. — Si eres la autoridad aquí, ten la decencia de comportarte como tal. — Él era más alto, pero se había encogido aterrorizado. — No seas un imbécil tirano. — Volví a estrellera en los casilleros. Eleve mi puño para dejarle un tatuaje morado en la cara, pero me habían detenido. Y no fue la conciencia. Alguien tras de mí, había sujetado mi cintura y alejado justo antes de deformarle la nariz.

—Amigo, si valoras tu existencia vete. — pidió la persona que me sostenía. El imbécil asintió pero no se movía.

— ¡Deja que le dé una lección! — gruñí. Fue ahí cuando el imbécil reacciono y escapo. — ¡La próxima vez hare que te tragues tus malditas infracciones!— grite lo suficientemente alto para que me escuchara. El agarre sobre mi perdió fuerza. Me gire y le propine un puñetazo.

— ¡Auch!—Se quejó— Eso dolió. — Max hizo una mueca y masajeo el lugar donde lo había golpeado. No había sido tan fuerte, ni siquiera había señales de un potencial morete. — Relájate, Sam. Llévalo tranquilo.

Orgullo, Sam, OrgulloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora