Epilogo

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—Sam, por favor...

Nada.

— Abre la puerta — pedí. Encendió una secadora, y me ignoro. ¿de dónde ha sacado una secadora? Yo ni siquiera tengo una.

Insisto, dando golpes a la puerta de mi habitación.

—Te compré una malteada.— Silencio. Ella apagó el aparato. — Es de fresa — No se puede decir que no lo intento.

Despacio gira el pomo y apenas abre la puerta. ¡Finalmente! Le ofrezco mi ofrenda de paz, ella me observa con cautela. Dirige su mirada a la malteada. — Ahora pequeña gatita, te daré tu malteada si... — Antes de poder negociar, me arrebata la malteada y cierra la puerta en mi cara, encerrándose de nuevo.

—¡Eso es trampa!

—Te lo mereces por ser un idiota descorazonado — se defiende.

—No es mi culpa que tu hayas creído... — Enciende la secadora nuevamente, y por un demonio se que solo lo hace por fastidiar.

Se preguntaran que tiene a Sam desquitando su mal humor, para variar, con mi persona.

Todo comenzó hace una hora, conmigo siendo el novio considerado que suelo ser. Me desperté antes y apague la alarma, dejando a mi agotada novia descansando unos minutos de más. Puesto que ambos habíamos tenido un ajetreado día.

Sam nos inscribió como voluntarios para colaborar con un grupo de jóvenes en su universidad. Ellos llevarían obsequios esta mañana a niños en diversas casas hogares en la ciudad. Por lo que desde ayer por la tarde hasta ahora en la madrugada, envolvimos los juguetes.

Nunca había cortado y pegado tanto papel en mi vida. En cambio Sam era toda una experta. No cabe duda que Santa Claus la tiene en su lista de refuerzos, incluso cumple los requisitos de altura. Su excusa fue que recibiría créditos extra en la clase de Ética y la aprobaría de manera sobresaliente.

Lo cual ambos sabemos es una gran farsa, porque es en la que mejor promedio lleva este semestre. Debo mencionar que no era obligatorio quedarse hasta las tres de la mañana.

Ni mucho menos ayudar a Matt a preparar los almuerzos para el comedor social por una supuesta paga extra. Cuando se de sobra que donó su sueldo del día.

Es una vil mentirosa, con un noble corazón.

Si acaso eso es posible.

Regresando a la razón por la cual mi título de "mejor novio del año" ha sido horriblemente confundido por "idiota descorazonado", decidí que sería una buena idea dejar que Sam tomará una siesta antes de la fiesta de Noche Buena que organizan los Shephard cada año en su casa. Y me aventure por las calles de esta ciudad. Con solo mi abrigo y determinación, en el que parecía ser el día más helado del año, y le compré una malteada de fresa. Puesto que siendo la persona con gustos más extraños que conozco, prefiere el helado en un día invernal a una humeante taza de chocolate caliente.

¿Y cómo fui acusado de insensible luego de mi gran hazaña? Sam despertó y al no verme en el apartamento asumió que la había abandonado, para escabullirme en la cocina de Abhy Shephard y probar el tan aclamado paté de rilletes de pato y su famoso bistec navideño, porque al parecer tengo miedo de que ella o su familia arrasaran antes de tener la oportunidad de olfatearlo.

Así que estuvo recriminadome por teléfono durante diez minutos, sin dejarme explicar, que era un horrible ser humano y un sinnúmero de coloridas amenazas que tiene el ingenio de idear. Fue entonces que descubrió las llaves de mi auto y me permite burlarme a su costa. Lo que ahora la tiene avergonzada, de mal humor y a mi más lejos de llegar a tan ansiada cena que con esfuerzo su madre se ha dedicado en preparar.

Orgullo, Sam, OrgulloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora