Capítulo 3 ▶ Un helado, una promesa

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Mordí con fuerza mi pulgar, observando con fijeza la pantalla de mi viejo ordenador portátil

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Mordí con fuerza mi pulgar, observando con fijeza la pantalla de mi viejo ordenador portátil. El cable del cargador estaba reforzado con cinta de aislar, tristemente mi pequeño dinosaurio ya no era capaz de mantenerse encendido sin estar enchufado al tomacorriente.

Suspiré, cliqué en la barra de búsqueda de Google y tecleé el nombre de mi padre. Al teclado le faltaba la letra R, pero todavía podía hacerla aparecer con algo de maña.

KENDALL STRAUSS, LAS VEGAS, NEVADA

Aparecían un par de perfiles de redes sociales al inicio, los mismos que ya había revisado con anterioridad muchas veces. Ninguno llevaba el nombre de Kendall Strauss con exactitud, pero había algunas similitudes: había un Anton K. Strauss, un Kendall Morgan S., otro K. S. Strauss. Coloqué el puntero sobre la palabra "imágenes" y di clic. Me pregunté si alguno de esos hombres sería mi padre. Ninguno se parecía al que yo imaginaba con ayuda de la vieja y desvaída foto.

—Toc, toc, toc... ¿Puedo pasar, Kia? —dijo mamá con voz cantarina, lo que me hizo pegar un salto por el susto.

Cerré de golpe el ordenador portátil.

A ella no le gustaba que indagara sobre mi padre. De hecho, creo que no me habría contado sobre él de no ser porque fui insistente hasta resultar pesada luego de que, por accidente, encontrara esa vieja fotografía de ellos dos que, si bien había sido manchada con agua, volviéndolos siluetas indefinibles, en la parte trasera todavía se alcanzaba a leer la tinta algo corrida que decía:

Regina Higgins y Kendall Strauss, julio de 1995

Eso fue unos meses antes de mi nacimiento, mamá debía tener solo un par de semanas de embarazo cuando tomaron la foto o tal vez todavía no lo estaba.

Respiré hondo, parpadeé y le dije que entrara.

—¿Todavía en pijamas?

Me encogí de hombros y saqué el labio inferior en un puchero. Mamá negó con la cabeza y fue a sentarse en la orilla de mi cama.

—Sabes que es mi ropa de gala para los domingos. Además, ¿qué es lo que estás vistiendo tú?

Ella se echó a reír.

—¿Qué puedo decirte? —Se encogió de hombros—. Somos las Higgins Pijamas Locas, hija. Es una tradición familiar. —Se rio—. ¿Qué tal si vemos una película?

Sonreí grande, amaba ese plan.

—No tienes que preguntarlo dos veces, má.

—Vale, pondré las palomitas en el microondas. ¿Te espero en la sala?

—Te alcanzo en cinco minutos —prometí.

▶▶▶

Me sentí aliviada cuando Vera leyó el reporte que Nick y yo hicimos el sábado pasado. Las decoraciones le parecieron adecuadas y el presupuesto razonable, dijo que en la semana nos darían una parte del dinero para comenzar a comprar los materiales.

Contra dragones y quimerasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora