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Nick

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Nick

Estaba seguro de que mamá y yo teníamos un concepto diferente de "empacar", pero le dije que sí lo había hecho cuando me lo preguntó esta mañana mientras desayunábamos. Claro, es probable que ella pensara en algo como ropa doblada y acomodada dentro de la maleta, los zapatos en el espacio correspondiente y mis artículos personales ordenados en la bolsa de viaje que me dio la semana pasada.

Yo, sin embargo, abrí la maleta sobre la alfombra de mi habitación anoche y me dediqué a arrojar en ella la ropa que sacaba de mi armario y me parecía que estaba bien para el viaje. Dejé a un lado los zapatos y mis artículos personales para guardarlos más tarde, porque no me pareció tan importante terminar de hacer el equipaje cuando mejor podía ver la última película de superhéroes que habían añadido en Netflix. Prioridades, damas y caballeros.

—¡Nicholas! —Mamá observaba mi desastre desde el umbral de la puerta, con los brazos puestos en jarra—. ¿No dijiste que habías empacado anoche?

Solté una risita nerviosa y le di una patadita a la maleta para que Tulip, la gata callejera que mi abuela adoptó el año pasado, se quitara de encima de mi ropa. Tulip ni se inmutó. Soltó un ronroneo y se arrebujó entre mis camisas.

Mamá resopló y yo me agaché a levantar a la dormilona gata entre mis brazos.

—Me falta solo un poquito, mamá.

—¡Se te va a hacer tarde, Nick! —me recordó—. ¿Acaso quieres perder el avión?

—¡Ni en broma! —Fui a poner a Tulip en sus brazos—. Estaré en la sala en cinco minutos con todo listo, lo prometo.

Mamá puso los ojos en blanco y acarició con dos dedos la cabecita a Tulip.

—Date prisa, Owen no demora en llegar.

Asentí con energía y, en cuanto ella y la gata gris atigrada salieron de mi habitación, cerré la puerta con seguro. Luego embutí todo dentro de la maleta a las prisas y tuve que sentarme encima de ella para que cerrara. No fue tarea sencilla, pero lo logré con el tiempo justo.

Revisé después que todo lo que necesitaba estuviera en mi mochila y me la colgué a la espalda antes de ponerme los tenis e ir a la sala a buscar a mamá. Ella se encontraba abriéndole la puerta a Owen.

—Hola, Lisa. —Owen inclinó toda su corpulenta figura y le dio un rápido beso en los labios a mamá—. ¿Están listos?

Debía admitir que todavía me resultaba un tanto extraño ver a mamá compartir demostraciones de afecto con Owen, pero no me molestaba. Estaba consciente de que mi madre merecía ser amada por un buen hombre y Owen daba la talla. Era un empresario divorciado desde hacía diez años y tenía una hija mayor que yo que vivía en Inglaterra. Él y mi madre solían ser amigos en su juventud, pero perdieron el contacto con el paso del tiempo y se reencontraron recién hace dos años que él regresó a vivir a Hoboken.

Contra dragones y quimerasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora