Capítulo 10 ▶ Baile de invierno I: La identidad secreta de G

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Mamá tenía magia en sus manos

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Mamá tenía magia en sus manos. Yo me encontraba muy dispuesta a renunciar a hacerme un peinado, porque estaba claro que seguir los pasos de los tutoriales de YouTube no era una habilidad que tuviéramos todas las mortales, pero ella no iba a dejarme salir de casa con mi cabello luciendo como si fuera el día del pelo loco. Respiró hondo cuando me vio hecha un desastre, me apretó los hombros y me hizo sentar en el banquillo frente al espejo. En menos de diez minutos terminó conmigo. Ella tan solo tejió dos trenzas pequeñas y holgadas a los lados, y las recogió detrás de mi cabeza. El resultado fue bueno, tenía un peinado que lucía algo presentable pero que era cómodo y no me mantendría con el cuello tieso para evitar que se desarreglara.

Estaba calzándome las zapatillas bajas color negro cuando mamá entró de nuevo en mi habitación, noté que se había hecho con un saquito de terciopelo en el rato que estuvo fuera.

—Te compré unos pendientes que combinan con tu vestido, Kia. Sé que los prefieres pequeños, así que estos son perfectos para ti —dijo mientras vaciaba en su mano el contenido de la bolsita.

Eran dos perlas negras, sencillas y bonitas. Me las entregó enseguida y yo les di una mirada apreciativa. No titubeé a la hora de colocarlas en mis orejas, el tamaño era perfecto y además combinaban bien con mi atuendo.

—Ven, déjame verte, anda.

Mamá me hizo levantar del banquillo cuando terminé de colocarme los aretes y yo extendí los brazos a los lados entre risas, modelando para ella. Dejé de reír cuando noté que los ojos se le llenaban de lágrimas.

—Mamá... ¡Oh, vamos! —me quejé y me acerqué a ella para tomarle las manos—. ¿Puedes no ponerte a llorar, por favor? No es como si me fuera a graduar o a casar, pero me estás dando ese escalofriante sentimiento.

Entre risas, mamá me quitó sus manos y se las llevó a la cara, las dejó allí unos segundos para ahogar unos bajos gimoteos. Cuando las retiró pude ver sus ojos húmedos y tan enrojecidos como su nariz. Pero lo de la nariz se lo atribuía al nuevo resfriado que le había comenzado esta semana. Caray, el invierno también tenía sus desventajas. Seguiría siendo mi época favorita, de todas maneras.

—Solo mírate, Kia, estás preciosa. Siempre lo estás, claro, no quise decir lo contrario, pero... —Dejó caer sus brazos a los lados, la expresión tontorrona con la que me miraba hizo puré a mi corazón—. ¡Ay! ¿Te he dicho lo mucho que te amo? Mi bebé, parece que fue ayer cuando te tuve en mis brazos por primera vez.

—Mamá, eres dulce y eso, pero realmente podrías parar con ello ya. ¿Esto es culpa del resfriado? Nunca antes te pusiste así de melosa.

Ella me dio una palmada en el brazo y una mala mirada, yo me reí.

—No te burles de tu madre, niña.

Le besé la mejilla.

—También te amo. ¿Crees que Steph demore mucho? —Pregunté, lamentando, y no por primera vez, el hecho de que su auto estuviera en el taller y su amiga Steph tuviera que llevarme al baile—. No quiero llegar tarde, no creo que vaya a quedarme mucho tiempo allí, después de todo.

Contra dragones y quimerasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora