Capítulo 6 ▶ La amenaza de Neill

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La preciosa semana libre se resbaló entre mis dedos tan rápido que apenas tuve tiempo de disfrutarla

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La preciosa semana libre se resbaló entre mis dedos tan rápido que apenas tuve tiempo de disfrutarla. Cuando me di cuenta de que era domingo y al día siguiente tenía que volver a las clases, sentí como si me hubiesen dado un balonazo en el vientre y me dejaran sin aire. Puede que hasta haya lloriqueado un poco.

Mamá y yo viajamos a Newark para la cena de Acción de Gracias con los abuelos. Tanto el trayecto de ida como el de regreso fueron una pesadilla gracias a la nieve. El autobús demoró mucho más tiempo del debido, que de por sí era bastante. Llegamos tarde (y yo con un poco de mi dignidad perdida y el trasero mojado, ya que me resbalé y caí de sentón en la nieve frente a un buen número de personas mientras íbamos hacia el auto de mi abuelo), pero el delicioso pavo asado y la tarta de batatas de mi abuela me subieron la moral. Hmm, mamá era una cocinera estupenda, pero, aquí entre nosotros, la abuela sin duda era la número uno. Insuperable.

El domingo en la noche me costó trabajo dormirme, no podía dejar de pensar en que otra vez tendría que darme una zambullida en el estrés cotidiano de la escuela, el trabajo en la tienda de los Donelly y, añadido recientemente, los preparativos para el baile de invierno. Además, con la nieve que caía casi a diario, iba a ser más complicado hacer uso de mi bicicleta. Las llantas no eran tan nuevas como para creer que no me llevarían directo a un accidente.

Algo relativamente bueno para los días venideros era que durante la semana libre adelanté por mi cuenta el trabajo de los adornos para el baile, ya que Nick había salido de la ciudad. No me dijo a dónde fue, y la verdad era que tampoco se lo pregunté, pero cuando regresó parecía mucho más alegre de lo habitual.

El lunes se plantó con su bandeja de comida, junto a Tanner, en la mesa en la que Gwen y yo desayunábamos. Me miró con un brillo entusiasta en sus ojos grises y sonrió muy amplio mientras ambos se sentaban con nosotras sin invitación.

Enarqué una ceja y ladeé el rostro. Él levantó la mano al frente sin perder su alegría.

—¡Dame cinco, compañera! —dijo con voz suficiente alta para que algunas personas de las mesas cercanas voltearan a vernos.

Con los ojos entornados, tan lenta como podía estar un lunes por la mañana, choqué las palmas con él.

—Saskia y Gwen, este es mi amigo Tanner —indicó mientras señalaba al pelirrojo de nariz pecosa, quien hizo un encogimiento de hombros como saludo—. ¿Les importa si nos sentamos con ustedes?

—Bueno, Nick, ya están sentados... —repuse.

—Ah, es verdad. Entonces... ¿Podemos quedarnos?

Tanner levantó la cabeza para mirar a Nick, con su sándwich a mitad de camino de su boca. No parecía nada contento con la idea de buscar otra mesa cuando ya había comenzado a comer.

—Bueno, ya qué... —dije mordaz, Nick me sonrió en respuesta.

—¿Por qué, siquiera, sabes mi nombre? —le preguntó entonces Gwen, que había despegado la nariz de su teléfono para verlo, sorprendida.

Contra dragones y quimerasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora