Capítulo 9 ▶ Más virgen que el aceite de oliva extra virgen

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Siempre me había gustado el olor de los pinos

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Siempre me había gustado el olor de los pinos. Era fresco y agradable, tenía la capacidad de transportarme al centro de un bosque si cerraba los ojos y me dejaba guiar por el aroma. En casa, nuestro árbol de Navidad era pequeño y de plástico, no olía a nada que valiera la pena. Este año no nos habíamos esmerado mucho, mamá decía que el espíritu del Grinch se había apoderado de nosotras, aunque tanto ella como yo amábamos la Navidad y eso no había cambiado. Era solo que estábamos más ocupadas que los años anteriores y, de todos modos, viajaríamos a Newark para pasar las fechas festivas con los abuelos. La buena noticia era que mis tíos y primos de Summerville también se reunirían con nosotros este año. Hacía tiempo que no los veía.

Acaricié una de las ramitas del pino y acerqué la nariz para llenarme las fosas nasales con su olor. Era viernes y yo no podía creerme que el día del dichoso baile hubiera llegado, el tiempo había pasado volando. Y pensar que el día que me informaron de que formaba parte del comité organizador había refunfuñado y despotricado al respecto... Vaya, tenía que admitir que no había sido tan malo como me parecía en un principio.

Incluso iba a ponerme un vestido para asistir y todo, cosa que me había negado a hacer unos meses atrás, en el baile de bienvenida.

La noche anterior mamá, después de pasar a recogerme en casa de la familia de Gwen (y de contarnos a todos la épica historia de cómo ayudó a su compañera Susan a llegar al hospital para dar a luz), estuvo muy emocionada de enseñarme el vestido que mandó a confeccionar para mí. Era precioso, no podía quejarme, ella conocía mis gustos a la perfección. A pesar de que estaba contenta por ello, el momento de nosotras dos delirando sobre mi nuevo vestido me supo algo amargo, porque me hizo recordar la emoción con la que yo había esperado el baile el año pasado. Y esa emoción no tenía nada que ver con el baile en sí, era más bien por la persona con la que iba a asistir. Es decir, Evan, mi exnovio.

Mi amargura actual no era porque estuviera atorada con él, me encontraba bastante segura de haber superado el fin de nuestra relación después de un año, sin embargo, todavía se me anudaban un poquito las tripas al pensar en el día en que rompió conmigo.

Fue un viernes, a la hora del almuerzo. Los dedos se me estaban congelando porque había olvidado mis guantes en casa y tenía mucha hambre, pero salí con él cuando me pidió, muy serio, hablar. Nos quedamos fuera del gimnasio. Una extraña incomodidad, que antes no existía, nos envolvía en ese momento. Y entonces él dijo que quería terminar, y sus palabras fueron más frías que el clima que me congelaba la nariz y los dedos.

No lloré, solo le pedí una explicación. Cuando terminó de hablar, lo único que respondí fue un "vale" más un pulgar en alto y luego me fui sin voltear atrás. No tuve tiempo para las lágrimas hasta que llegué a casa después de trabajar con los Donelly. Mamá me consoló, y también despotricó un poco (bastante) sobre lo imbécil que consideraba a Evan (demasiado).

No fui al baile y el vestido no quise verlo de nuevo. Ese fue todo el drama que hice por la ruptura.

Estaba distraída, por lo que me sobresalté cuando sentí que algo empujaba contra mi boca. Asesiné a Nick con la mirada al darme cuenta de que era la mitad de una barra de chocolate que él sujetaba.

Contra dragones y quimerasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora