Capítulo 20 ▶ El lugar secreto de Nick

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Desde nuestra discusión del miércoles en la noche, mamá y yo casi no habíamos hablado

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Desde nuestra discusión del miércoles en la noche, mamá y yo casi no habíamos hablado. La incomodidad entre las dos era patente, y al parecer ambas éramos lo suficientemente testarudas como para negarnos a dar nuestro brazo a torcer.

La verdad era que la extrañaba. Y mucho. Pero si la solución a nuestro desacuerdo era que yo me rindiera y le prometiera que no iría en busca de mi padre, entonces tendríamos que acostumbrarnos a todo el asunto de vivir en la misma casa como si fuéramos desconocidas. Las lágrimas me escocieron en los ojos con el pensamiento, y me pregunté si algo así había sido la causa del distanciamiento entre el Capitán Whitaker (en cuya casa me encontraba justo ahora) y sus hijos. Me aterraba pensar que podíamos acabar de esa manera, que mi madre estaría sola en casa esperando una llamada o visita mía mientras yo estaría en otro lado, haciendo quién sabe qué, con un corazón de piedra que ya no sentiría nada por ella. No quería eso.

—Ah, esas lágrimas en el borde de los ojos, niña. Toma, aquí... —Las palabras del Capitán me sobresaltaron, su mano apergaminada y temblorosa me tendía un pañuelo bordado que insistió en que yo tomara.

—Lo siento —me disculpé—. Ya iba a llevar los refrescos, es que...

Las tres botellas de vidrio estaban en la encimera, frente a mí, destapadas. Últimamente Nick y yo teníamos la costumbre de pasarnos por la casa del Capitán los sábados, después de terminar nuestro turno en la tienda de los Donelly, para hacerle algo de compañía. El Capitán siempre nos recibía de buena gana y sacaba galletas, bizcochos y refrescos para que nos atiborráramos mientras conversábamos en la polvorienta sala de estar o en el quejumbroso pórtico. Él parecía siempre contento de recibirnos.

—Cuando las lágrimas se nos desbordan de esa manera de los ojos, es porque la carga en el corazón está muy pesada. —Me dio una mirada afable con sus acuosos ojos azules y colocó su mano en mi cabeza, dando unas palmaditas—. Libérala un poco, niña. Te hará sentir mejor.

Me obsequió con una sonrisa paternal y, tomando dos de las botellas, me hizo un gesto para que lo siguiera. Me sequé cualquier rastro de lágrimas y tomé la botella restante de la encimera para ir detrás de él. Antes de salir, como él no caminaba muy rápido, lo alcancé para devolverle su pañuelo y agradecerle su amabilidad.

Nick balanceaba los pies en el aire, sentado en el barandal de hormigón del porche, y nos sonrió cuando nos vio salir. Como otras tantas veces, el Capitán se sentó en su mecedora y yo ocupé un lugar junto al pelinegro, en el barandal.

El cielo se había tornado de cálidos tonos naranjas y violetas mientras una suave brisa hacía mecer a los árboles. El césped del jardín frontal de la casa se veía muy verde y lucía más vivo que nunca después de que Nick y yo ayudáramos esta tarde a podarlo.

—Mi amada Arabella estaría muy contenta de ver lo que han hecho —comentó el Capitán con su voz añeja y cansada, sonriéndole al jardín—. A ella le encantaba pasar horas atendiendo a las plantas. Tenía unos rosales preciosos en aquellas jardineras, pero se secaron cuando ella falleció.

Contra dragones y quimerasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora