Capítulo 22 ▶ Prioridades

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Miré a mamá, que estaba sentada en el sofá, y luego al regordete bebé de casi cuatro meses de edad que ella tenía en sus brazos

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Miré a mamá, que estaba sentada en el sofá, y luego al regordete bebé de casi cuatro meses de edad que ella tenía en sus brazos. El niño tenía unos ojitos de color muy claro, castaños y avispados, y las mejillas sonrosadas. Era una lindura.

—¿El pequeño Dustin? —inquirí.

Mamá asintió y beso la cabecita del niño, quien gorjeó en respuesta.

—Él y Susan van a pasar la noche aquí... O tal vez un par de noches, en realidad. —Mamá esbozó una mueca de tristeza mientras frotaba la espalda de Dustin, eso último pareció agradarle al bebé—. Había más meses de renta pendientes de pago de los que ella creía. El señor patán al parecer se gastaba el dinero en cerveza o sabrá Dios en qué. Los desalojaron hoy.

—Qué triste —murmuré mientras me quitaba la mochila de la espalda y me dejaba caer en el otro sofá.

Ya era cerca de la media noche. Tal como los demás días de la semana, había pasado el rato en casa del Capitán luego de terminar mi trabajo con los Donelly. Con tantas manos ayudando en la "operación limpieza", el reto no resultaba nada pesado. Más bien era divertido. El Capitán siempre se detenía a contarnos historias y nos invitaba a cenar a todos. Preparaba un chili con carne que le quedaba de muerte. Ya lo había cocinado dos veces para nosotros en esa semana.

—Pues sí, pero qué se va a hacer. —Chasqueó la lengua.

Suspiré con resignación.

—¿Y Susan dónde está?

—Duchándose —respondió mamá—. ¿Cenaste ya?

Asentí.

Las cosas todavía estaban sensibles entre nosotras dos, creo que ambas lo notábamos, pero ninguna tenía la intención de sacar el tema a colación porque no queríamos discutir sobre lo mismo una vez más.

—Iré a arreglar mis cosas para el colegio y luego a ducharme para dormir...

—Vale... ¿Cómo va todo con el Capitán?

—Genial —le enseñé dos pulgares en alto—. Creo que terminaremos a tiempo mañana. Y si no, todos estamos dispuestos a ir el sábado tempranito también.

—Qué buenos niños —sonrió mamá—. Me hace feliz que seas parte de algo como eso, Kia. Muchos jóvenes e incluso adultos tienden a menospreciar a los ancianos, a verlos solo como un estorbo que preferirían no tener a su alrededor.

—Eso es triste. —Fruncí la nariz mientras hablaba, recordando tanto a mi abuelo como al Capitán—. Hay ancianos geniales que siempre tienen historias para contar y consejos para cada situación.

—Así es, Kia.

—Y el Capitán merece todo lo que estamos haciendo por él. Es un hombre bueno y cariñoso. Ese hijo suyo va a irse deseando visitarlo más seguido.

Contra dragones y quimerasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora