Capítulo 32 ▶ La respuesta está flotando en el viento

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Pasé años enteros esperando saber la verdad sobre mi origen, sobre el hombre al que debería haber llamado "papá" en circunstancias normales, y aun así tenía la terrible sensación de que las horas de viaje que tenía por delante iban a ser las peore...

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Pasé años enteros esperando saber la verdad sobre mi origen, sobre el hombre al que debería haber llamado "papá" en circunstancias normales, y aun así tenía la terrible sensación de que las horas de viaje que tenía por delante iban a ser las peores de mi existencia entera.

Estaba en busca de respuestas y me hallaba decidida a encontrarlas, sin embargo, para lograrlo tenía que atravesar el país entero primero.

Nada menos.

Esa tarde de sábado no llegamos muy lejos. Era evidente que nuestro conductor designado no aguantaría un viaje tan largo sin parar, así que no me sorprendió cuando sugirió que deberíamos descansar en Indianápolis. Así pues, luego de casi seis horas en la carretera escuchando las mismas trece canciones de Bob Dylan repetirse en el casete, nos detuvimos en una posada que encontramos en el camino.

Nick estaba en el baño y el Capitán revisaba entre sus medicinas en busca de las que le tocaba tomar. Habíamos acordado dormir un par de horas y partir a las seis de la mañana, pero la verdad es que yo no tenía sueño.

Me coloqué de nuevo mi chaqueta de mezclilla, que había dejado sobre la cama donde dormiría, y me eché algo de dinero al bolsillo del pantalón antes de dirigirme a la puerta. El Capitán levantó la cabeza en mi dirección, con las cejas enarcadas.

—¿Vas de salida, niña? —No lo dijo como un reproche o como si tuviera intención de impedírmelo, parecía sencillamente curioso y quizá un tanto preocupado.

—Quiero algo de la máquina expendedora —respondí, sujetando el pomo de la puerta con una mano.

El Capitán hizo un gesto que le arrugó la nariz y asintió.

—Con cuidado.

Le obsequié con una sonrisa de labios unidos y asentí antes de deslizarme fuera de la habitación y cerrar la puerta tras de mí. Estábamos en el primer piso y la máquina expendedora se encontraba en el pasillo de las escaleras, a solo unos metros de distancia. Fui hasta allí y observé todos los productos que ofrecía antes de decidirme por una barra de chocolate rellena de mantequilla de maní.

Metí la mano para tomarla cuando la máquina la expulso y con un suspiro desanduve mis pasos hasta la puerta de la habitación. No me apeteció entrar, así que fui a sentarme en el escaloncillo que estaba delante mientras abría la envoltura del chocolate.

El Impala del Capitán estaba aparcado a una corta distancia de donde me encontraba sentada. La noche era húmeda y algo fría, y la luna en forma de uña flotaba en lo alto del oscuro firmamento mientras el canto de los grillos hacía coro al sonido que dejaban atrás los autos al pasar.

Le di una mordida a la barra de chocolate, enseguida me saqué del bolsillo el celular y lo encendí. Lo admito: esperaba al menos una centena de llamadas y mensajes de mi madre advirtiéndome que ya había alertado a la policía para encontrarme, pero por extraño que fuese, no era así. Sí tenía un par de llamadas perdidas y mensajes, pero nada que indicara histeria. Fui por los mensajes primero.

Contra dragones y quimerasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora