Capítulo 28 ▶ Kendall Strauss

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Quería vomitar

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Quería vomitar.

Estaba segura de que, en cualquier momento, vaciaría mi estómago. Las palmas de mis manos estaban cubiertas de sudor, al igual que mi frente, y no dejaba de temblar.

Iba a conocer a mi padre.

¿Era real? ¿Cómo podía serlo? ¿En qué momento mi madre lo contactó? ¿Cómo lo contactó? ¿Cuándo planeó todo esto? ¿Lo hizo venir o fue él quien tomó la iniciativa? ¿Acaso ya sabía de mi existencia? Mil y un preguntas más se arremolinaban en mi cabeza, haciendo que pequeñas punzadas de dolor comenzaran a hacerse presentes.

Dios, iba a morir. Había esperado esto por tanto tiempo, pero ahora sentía que no estaba lista para hacerlo. Creí que me quedaban un par de semanas, creí que sería yo quien viajaría a Las Vegas para buscarlo, no que él vendría a mí.

—¿Cariño?

Me sobresalté cuando mamá me tocó el hombro. La miré con ojos abiertos a tope, ni siquiera me di cuenta de que el auto se había detenido, nos hallábamos en el aparcamiento de un hotel en el centro de la ciudad.

Oh, Dios. Nunca había sufrido un ataque de pánico, pero me pareció que tal vez era parecido a lo que estaba sintiendo en ese momento.

La frente de mamá se arrugó con preocupación mientras estudiaba mi rostro.

—Estoy... nerviosa —admití, masticando la esquina de mi labio inferior.

Mamá me obsequió una dulce sonrisa y acarició mi mejilla de la misma forma en la que solía hacerlo cuando yo era pequeña. A pesar de que estaba esforzándose por ocultarlo, me di cuenta de que ella también tenía nervios. Supuse que era comprensible, no estábamos por tener una visita al dentista. Íbamos a ver a mi padre.

—Está bien, cariño. Todo está bien.

Parpadeé y tragué saliva con dificultad. Había algo que debía admitir para mí misma: estaba aterrada. No solo eran los nervios, tenía miedo. Esto era lo que por tanto tiempo había deseado: una oportunidad para tener cara a cara al hombre que contribuyó en mi existencia. Y acababa de descubrir que, tanto como la idea me emocionaba, también me aterraba.

Mi cruzada acababa hoy.

Por unos segundos, bajo la atenta mirada de mamá, me concentré en respirar. Inhalar, exhalar. Inhalar, exhalar. Nunca me resultó tan difícil respirar como en ese día.

Con cautela, dirigí mis ojos a los de mamá.

—¿Él... él sabe? —pregunté, mi voz se oía diferente, la inseguridad la deformaba—. ¿Sobre mí?

Mamá apretó los labios en una fina línea y, muy despacio, asintió con la cabeza. Mi corazón comenzó a latir con la fuerza de un vendaval.

—Kendall está esperando por nosotras, Saskia, deberíamos ir pronto.

Contra dragones y quimerasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora