21- capítulo

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Los grandes amores, son para toda la vida...

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Desperté en una habitación que no era la mía. Era algo oscura y muy varonil para mí gusto. Definitivamente mis gustos no son tan apáticos como esto.

Imágenes tras imágenes llegaban a mi mente. Me cuestioné más de una vez el no poder recordar absolutamente nada. Por una parte me sentía algo victoriosa. Logré olvidarme de todo, problemas, mentiras, amores. Sin embargo, aún tenía la duda de cómo había llegado hasta aquí.

¿Dónde carajos estoy?

Caminé a paso lento recorriendo todo el lugar. Detallando hasta el polvo que provenía del suelo. Llegué hasta lo que parecía ser una vitrina repleta de libros de la década de los noventa. Era interesante.

¿Quién lee esos tipos de libros?

Algunos eran actuales. Lo sé porque estaba mí favorito. Lo tomé y miré por encima algunas páginas. Aún tenía el exquisito olor a libro nuevo. Lo acerqué a mí e inhale todo su aroma. Era fascinante. Vi algunas réplicas de pinturas con un autor anónimo. Era curioso éste lugar. Pero más aún la persona que viviera aquí en medio de tanta antigüedad.

—¿Te gustan? — se escuchó la voz de un hombre a mis espaldas. Giré lentamente quedándome paralizada ante la presencia del chico. Levantó poco a poco la comisura de sus labios regalándome una pequeña y penosa sonrisa.

—Son mías. — dijo y se acercó hasta a mi tomando de mis manos uno de sus cuadros. —Éste es uno de mis favoritos y uno de los más difíciles también. Lo pinte en un viaje que hice hace poco a Filadelfia.

Mi cerebro no procesa ninguna información y mi cuerpo estaba completamente inmóvil. Él lo dedujo y se giró de nuevo a mí, tomando una taza de café que traía en una bandeja dorada entre sus manos.

—Toma esto. Está fuerte, el antídoto perfecto para pasar esa resaca que debes estar teniendo ahora. —estiró su brazo derecho para darme el café. Lo recibí y solo se limitó a sonreír.

—¿Quién eres y qué estoy haciendo aquí?

— Pensé que no lo preguntarías. —caminó hasta el orillo de la cama y reposó ahí - Soy Maik Simpson. Tú salvador.

—¿Mí salvador? — la curiosidad me llegó por completo.

—Así es. ¿No recuerdas lo que sucedió ayer, cierto?

Negué con la cabeza

—Lo supuse. Bien... Ayer estabas algo ebria. O bueno, muy ebria. Un patán trató de sobre pasarse contigo y no podía permitirlo.

—¿Pero quién eres tú y de dónde saliste?

—Ya te dije quién soy. Tú salvador.

—No estoy para jodidas bromas. —rió irónico y antes que pronunciara algo, pregunté. —¿Dónde estoy? ¿Es tu casa o una especie de biblioteca antigua?

Río y se puso de pié de nuevo para quedar delante de mí. Por algún motivo desconocido su cercanía me causaba nervios.

—Es mí casa, no una biblioteca. —sonrió — escucha, sé que esto es extraño para ti pero creéme que este es el mejor lugar al que pudiste llegar. Si no hubiera sido por mi, quizás dónde estarías ahora.

—¿Debo agradecer por ello?

—No estoy pidiendo tu gratitud. Simplemente quiero que sepas que no te hice ni te haré algún daño.

EncontrándomeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora