33- capítulo

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Muchas veces he leído que se necesitaba mucho coraje para soltar aquello que te hace verdaderamente feliz. Es un desafío diario y continúo. Sin restricciones.

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Narra Camila....

Habían pasado dos días desde que Oustin se había ido a Vancouver. Mis días eran rutinarios y sin sentido. La última vez que supe de él fue el sábado por la mañana que llamó para contarme de su estadía. Se escuchaba estusiasmado, ilusionado.

Los minutos corrían tan lento como podían y era una tortura. Y ahí estaba... Sentada en su café favorito.

Revisé mi teléfono esperanzada de tener un mensaje, una llamada, algo. Pero no, no había señales de él. Llamé y fue un intento fallido. Estaba apagado. Marqué el número de Sara, mi mejor amiga.

—¿Sí? — respondió ella al otro lado de la línea .

—Sara, soy Camila.

—¿Has cambiado de número? — preguntó — no está registrado en mi agenda.

—Si, lo cambié hace poco. ¿Estás en tu casa?

—Estoy en camino. ¿Necesitas algo?

—Sí... — contesté — necesito a mi mejor amiga.

— Oh, cariño. — respondió melancólica — ve a mi casa, en unos diez minutos estoy allí.

—De acuerdo.

Sin más colgué y me puse de pié para salir del lugar. Pasé por la barra y pedí dos cafés más para llevar.

Quince minutos más tardes, toqué el timbre de la puerta.

Se escucharon pasos rápidos al otro lado de la puerta.

—¡Mila! — dijo animada. Estaba más alta y delgada.

—¡Hey! ¿cómo estás? — pregunté con la misma emoción que ella. Estaba feliz de verla. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que la vi.

—Estoy muy sorprendida por tu llamada. Tenía tanto que no sabía de ti.

—Yo también lo estoy.

Se acercó mi y me abrazó con fuerza. Por alguna razón, me sentí pequeña en un mundo tan grande. Quizá, la melancolía que me invadía en éstos momentos estaban haciendo estragos en mí.

—Estoy tan feliz de que hayas llamado. — resopló cerca de mi oído. Se apartó de mí y acarició mi mejilla — no vuelvas a alejarte de mi, duende.

En mi rostro se dibujó una de las sonrisas más sinceras que he podido tener. Cuando íbamos en la universidad, ella acostumbraba a llamarme así. De alguna manera los duendes fueron siempre de su agrado. Decía que eran auténticos. Cada uno con su peculiar forma y comicidad. Yo nunca le encontré sentido a su tan extraña comparación. Pasé un tiempo pensando en la idea de resultarle poco agraciada. Hasta hoy.

—Traje esto — dije alzando los cafés que tenía en mis manos. Ella sonrió y dio paso para que entrara en su casa. Todo estaba cambiado para mejor. Sara siempre tuvo buen gusto en remodelaciones.

— Está linda tu casa.

—Gracias... Como lo has notado, muchas cosas han cambiado. Incluyendo mi dulce morada.

Contestó mientras tomaba asiento en el sofá. Cruzó sus piernas y deslizó su pulgar en el contorno superior del café.

—Hey, Mila. Puedes tomar asiento, también es tu casa.

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