38 - capítulo

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6 meses después...

Narra Oustin.

El sonido del piano se escuchaba a distancia, armonioso, como siempre. Mis oídos se deleitaban en cada nota mientras ajustaba bien el nudo de mi corbata. Lo movía de un lado a otro buscando el encuadre exacto. ¡Perfecto! Pensé luego de haberlo armado. Tomé el saco y me lo coloqué. Lucía elegante. Listo.

Bajé a la resección. Ahí estaría Maik, Albert y Meison. Éstos últimos, se volvieron grandes amigos desde que entré a trabajar para S.O.S, corporation, una empresa privada en Toronto, donde actualmente estaba residenciado. Ganaba lo suficiente como para vivir y darme unos pequeños lujos. Renté un auto, que pronto sería completamente mío. Mi padre se mudó a Vancouver. Yo viajé un par de veces y busqué cómo alojarlo. Dejé mi vida de atrás, para comenzar una nueva. Era difícil y lo sigue siendo. Luego que te acostumbras a algo, el reto de superarlo es aún más difícil. Lo increíble de todo, es que cuando te centras en algo que te hace feliz, el resto, ni nadie se puede interponer. Llevo seis meses viviendo en una ciudad que hasta hace poco desconocía. Las personas, sus costumbres, hasta sus músicas son completamente distintas. El frío era eclesial. La verdad, me sigue siendo muy difícil soportarlo. No me quejo, en lo absoluto. Tomé una buena decisión, o es lo que sigo creyendo. Hice muy buenos amigos, como Antonella y Sonia. Eran mujeres auténticas. Comprometidas con su trabajo. Por otro lado estaba Eme y Jason, los mejores aliados del consorcio. Desde mi estadía en Toronto, ellos se encargaron de explicarme cómo se ganaba la vida aquí. Me sorprendió mucho la calidez humana que puedes encontrarte en sitios desconocidos para ti, que al tiempo pueden volverse grandes ímpetus emocionales en tu vida.

En cuanto a ella... No volví a buscarla. Quizá haya sido un imbécil en dejar ir a la mujer que amaba, pero si de algo estaba seguro, es que, donde quiera que esté, siempre la voy a amar. Ella es de ésas personas que no pasan, y que no olvidas. De ésas que dejan huellas en recuerdos pequeños. De ésas que dejan besos en la piel difíciles de arrancar. La amé, la amo y la amaré siempre. De eso no cabe duda. Sin embargo; he leído citas que dicen que para que un amor, sea real, no tiene que ser duradero. Sólo tenía que haberse sentido, y yo, yo lo sentí. Camila se fue a vivir con su familia en Canadá. Por lo que me ha comentado mi padre, le ha ido bien. Él lo sabe porque aún mantiene comunicación con ellos pese la distancia. Yo lo agradecía, hasta un par de meses que decidí sacarla de una vez de mi vida.

¿Estaba bien con ello? Por supuesto que no, pero a éstas alturas de la vida, me reservo el derecho de admisión.

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Caminé hasta donde estaban Maik, Albert y Meison. Ninguno parecía notar mi presencia, cosa que era cómica. Éramos como los tres mosqueteros, pero en ésta ocasión, éramos cuatro. De cierta manera, ellos me hacían olvidarme un poco de mis pesares. Meison era el burlón y Don Juan de los cuatros, volvía a todas las mujeres de la ciudad irrevocablemente locas por él. ¿Qué tenía? Es algo que sigo preguntándome. En cuanto a Albert, el chico era agraciado pero sin duda alguna muy tímido. Casi no se relacionaba con más personas, a excepción de nosotros. No era muy conversador. Y por Maik, mi compañero fiel y el mismo imbécil de siempre.

Por mi lado pasó una camarera con una charola repleta de copas, qué tentador.

-Disculpa. ¿Te importa si tomo una de éstas copas? - pregunté. La chica me miraba y apenas parpadeaba. Su semblante era cómico pero muy guapa. Alta, pelirroja. Tomé una copa y le di un sorbo. Le sonreí en forma de agradecimiento y ella siguió su camino. Me acerqué a la mesa, llamando la atención de todos.

-¡Atención todos, por favor!

Pedí y todos los presentes voltearon a verme. Unos aún seguían conversando, otros entretenidos en sus móviles, y la mayoría observando mis pasos. Alcé la copa y la colgué en mis dedos.

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