18. Es una pared de trescientos años.✔

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No estamos juntos pero mi corazón es completamente suyo.

***

—Fue importante para mí —se masajeó las sienes con cansancio mientras sus ojos permanecían cerrados—. Acabo conmigo.

—¿La amaste?

—No puedes ir por la vida preguntando si las personas amaron alguna vez —sus palabras parecieron cortar el aire nocturno que se cernía sobre nosotros. Me había quitado el traje de la cafetería y permanecía en una de las camisas largas de mamá con el cabello húmedo.

—Lo hiciste —insté, con una sonrisa arrastrando mis labios. La habitación que me pertenece se sumió en silencio y contradicciones, se ve tan placido y relajado con los brazos extendidos y sus pies moviéndose mientras lo miro desde el extremo del lugar—. Si volviera, ¿regresarías con ella?

Él se echó a reír.

—De algún modo, cielo, siempre regreso a ti.

Enfoqué mis pupilas a las oraciones que yacían en el libro de derecho civil y traté estrepitosamente de no sonreír por lo que había dicho. Las plantas de mis pies dolían, el turno había sido agotador, sin embargo, la colegiatura de mi universidad se tenía que pagar, y aunque lo que había dejado mi madre era una buena cantidad no alcanzaba para cubrir por completo todos mis gastos. 

Cuando me centre en cada palabra de lo que estaba estudiando caía en cuenta de que Rayder en todo este tiempo jamás me había dejado sola aún cuando aleje a cada persona que se atravesara en mi camino por meses. Todavía dolía. Y, de alguna forma, las personas aprendemos a vivir con el dolor.

—¿El ser abogada es tu más grande sueño? —cuestionó, girándose hacía mí. Me acomodé en la silla del escritorio, las paredes a esta hora de la noche me parecían realmente fascinantes, como si estuvieran a tu disposición para contar tus más grandes secretos.

—Algo así —inquirí—, quiero ser cientos de cosas.

—Tus clientes se volverían locos —confesó elevando el mentón hacía el techo.

—¿Estás insinuando que estoy perdiendo la cabeza? —mis cejas se arrugaron en gesto divertido—. Me creí loca cuando te veía, Rayder, puedo con sujetos metidos en problemas y esposas desesperadas.

—Estaba insinuando que sí, efectivamente estás perdiendo la cabeza.

—Dime algo que no sepa —dictaminé.

—Nos casamos dos veces —me sonrió con altanería—. Apuesto a que eso no lo sabías.

Bajé el libro hasta mi regazo y las letras parecieron no entrar en mi cabeza por lo que él ha dicho. Yo, casándome con él.

—¿Cómo puedes soportarlo? —el corazón me latía con tanta fuerza que lo escuchaba. Orienté mis ojos hacía los suyos—. ¿Cómo puedes verme con esos ojos cuando te rompí el corazón cientos de veces?

—Se llama amor, cielo.

De repente el corazón me comenzó a doler, casi como a Grace, como si me pesara la vida, como si muy en el fondo esto estuviera mal, pero, ¿si está mal por qué se siente tan bien? Transcurrió un instante, sobre otro instante hasta llevarnos a un punto donde lo contemple y no hubo más contradicciones de promedio, me gustaba Rayder, y quizá todo terminaría mal, sin embargo estaba segura que iba a valer la pena cada segundo.

Estaba nerviosa, ansiosa que era igual a estar borracha —aunque jamás lo hubiera estado—, cuando me despegué del colchoncillo de la silla en la que estaba pareció tambaleárseme el mundo, la vida, su vida, todo.

El chico de los ojos verdesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora