Estábamos lloviendo en plena sequía.
***
«Cree en ti»
Mi garganta pareció cerrarse y ahogarse en agua, mis pulmones parecieron colapsarse mientras pedían aire una y otra vez, pero sabes, todo dolía, todo quemaba sin excepción. Mi espina dorsal pareció flaquear, me aferré tanto a los azulejos helados de la pared que lo único que repetían era «cree en ti», para después hacer pum.
El aire se filtró por mí boca en caladas grandes y exageradas, la boca pareció secárseme con un sabor cúprico teñido en miedo. Hasta ahora, todo pareció proyectarse dentro de mí con miedo, y comprendí, que sin saber de la realidad de mi vida siempre había tenido miedo. Jamás había sido la mujer valiente que mi madre veía, ni tampoco la heroína que miraba en los ojos de Dan, no sabía quién era. Sollocé. Y disfruté del feroz placer de que, tal vez si mis pulmones no consiguen más aire vería a mi madre.
La mujer que me amo como si yo fuera suya, la mujer que me había protegido y dado todo se había evaporado en cientos de recuerdos esparcidos en mi mente, en el transcurso de mi respiración veía imágenes de ellas. Una inhalación un recuerdo. Otra inhalación otro recuerdo. Un deleite para mis pulmones que se hundían en recuerdos de quien ya no existía.
—Respira, Dess.
Noté el cálido tacto de Dan, estaba quieto junto a mí y en sus ojos solo podía ver desesperación. Mi respiración se ralentizó con cada imagen que no pude detener, cada recuerdo que posee mi mente se reproduce en cámara lenta frente a mis ojos. Me estoy viendo a mí y a mi madre. Ella con su cabello rubio y yo con mi cabello cobrizo. Ella con sus vestidos y yo con mis trenzas. No veo el pasillo del hospital ni a una sola persona todo es blanco con el fondo de mis recuerdos y caigo en cuenta de Dan.
—¿Cómo puedes hacerlo? —le pregunté. Mi voz surgió como un alarido. Sus globos oculares se deslizaron hasta mí con una calma que parece ser contagiosa.
—Es un secreto, Dess —dice con suavidad. La viveza de sus ojos parece peculiar, sin embargo, todo pierde su encanto cuando su piel, tibia y tranquilizadora, abandonan la mía—. No dejes de respirar, esa no es la solución.
Contempló cada par de ojos que está mirándome mientras Rayder extiende su mano hacia mi persona con la intención de que la tome y me incorpore.
—Te dije que no hicieras nada arriesgado —inclina su cabeza con calma, orientando las cejas hacía abajo en un gesto indescifrable para mí. Sus labios parecen estar en una fina línea con su mandíbula contrariada haciendo contraste, nuestras manos siguen juntas, sin encajar, solo permanecen ahí, inmóviles hasta que el tira de mí—. No lo vuelvas a hacer, jamás, Dess. Estuve a dos segundos de sacrificar todo lo que tengo por ti, cielo. Tuve que soportar que el ángel enamorado de ti te ayudara para solo quedarme alejado viendo cómo te dabas por vencida.
Garabateo cosas sin formas en la tela de su camisa mientras controló las ganas de echarme a llorar. Solo cuando alzó la cabeza vislumbro algo en sus ojos que no estaba en el club, aprensión. Las pupilas de Rayder se ven tan dilatadas que parece que su cuerpo entero parece estarse retorciendo por dentro por haberse sentido tan impotente.
Una sonrisa indolente cubre mis labios.
—Está bien. —Dieciséis.
El mundo era caótico. Mi vida era caótica. Había perdido la cabeza un sinfín de veces por la muerte de mi madre, esa madrugada sigue atormentándome cada día de mi vida desde hace cinco meses. Era un ciclo que no tenía fin. Comenzabas y ya no encontrabas la puerta de salida. Cada inicio era una mecha para acumular el rencor.
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El chico de los ojos verdes
FantasyUn ángel caído, y una profecía que está a dos pasos del abismo.