Nunca permitas que una persona te use para matar sus ratos de soledad.
***
Casi salimos ya al anochecer agregándole claro está que la universidad era de tiempo completo. El horizonte tornándose anaranjado con una mezcla de rosado intenso, colgué mis pies del techo de mi casa, estando ahí pensé que siempre había sido la damisela en apuros todo el tiempo. Siempre había sido la niña pequeña llorando en la esquina de su habitación, esperando por ese alguien que la salvara, sin saber que quien la tenía que salvar era ella misma.
En este instante, yo tenía las cartas y solo me bastaba mover algunas sobre la mesa para ganar, sin embargo, me conocía, lo hacía tanto, que sabía que el miedo era mi peor enemigo. Miedo a lo que sucedería, miedo a que me equivocara, miedo a perder a la gente que amo.
Tenía tanto miedo, que aun con todas las cartas a mi favor me temblaba el alma para arriesgarme.
Salí de mi ensimismamiento cuando escuché a alguien maldecir, caí en cuenta de que se trataba de Mayson quien se sobaba la frente con pereza, me miró y sonrió.
—¿Cómo demonios entras por allí? —me preguntó, mirando la pequeña puerta que llevaba hasta el techo.
—Soy pequeña, que te puedo decir.
—Como un hada —casi me lo tomé parecido a un halago hasta que agrego—. Pequeñas, con orejas puntiagudas, gritonas y enojonas. ¿No las has visto? Son horrendas cosas pequeñas —cuando se percató de lo que había dicho me sonrió apenado.
Se sentó a mi lado y el silencio del atardecer nos consumió.
—¿Qué es lo que estamos mirando? —sus labios se desplegaron en una mueca.
—Nada —respondí con simpleza—. ¿A que debo tu visita?
Estaba serena, tranquila con las palmas como base apoyando mi cuerpo. Todo estaba tan tranquilo que daba miedo y escalofríos.
—Supongo que ya sabes a que vengo —confesó.
Él sonrió impasible.
—Responderé con un sí aun cuando esté hecha un lio mentalmente —inquirí. Lo miré de soslayo mientras movía sus dedos como si estuviera siguiendo el ritmo de una canción. El chico siempre cargaba consigo un rostro perezoso, como si todo le pesara ya. Movió los labios y los cerró, repitió aquello como tres veces, tratando de poder expresar lo que sentía.
—No todos conocen a tu hermana —dijo en voz baja—. Ella es más como una leyenda, un mito entre los caídos, unos creen que existen y otros creen que murió en una guerra, existen cientos de historias a cerca del caído que se volvió imparable. Me obsesioné con ella. Cualquiera lo hubiera hecho. Cuando la encontré por primera vez creí que era tú, ahí fue donde nos dimos cuenta de que la maldición estaba equivocada, había dos hijas de Gabriel, y nadie lo sabía más que los arcángeles, él, y nosotros tres.
Hizo referencia a Grace con voz gruesa y rasposa.
—Todavía no comprendo —pestañeé.
—Me molestaba el hecho de que cuando me echaron del paraíso fue porque yo quería, porque estaba cansado de vivir doblegado en una jerarquía donde no teníamos voz —sonrió torcidamente e inhalo el aire fresco—. Y, Rayder era diferente él estaba totalmente loco por ti. A cualquier parte que íbamos estabas tú, siempre eras tú.
Me extendió una foto un poco arrugada pero en buen estado como para contemplarla. Era yo. Y a mi lado estaba él. Estábamos juntos, llevaba un vestido largo, llamativo con los rizos sueltos hasta mi cintura, el perfil delgado y los pómulos altos y él con una gabardina color azul mientras me veía.
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El chico de los ojos verdes
FantasyUn ángel caído, y una profecía que está a dos pasos del abismo.