20. Gema.✔

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🔆Cuéntame tus miedo, mientras te susurró en el oído que estaré contigo para afrontarlos juntos.🔆

***

—Inexplicable, ¿cierto? —sonrió torcidamente—. Finalmente conocí a mi hermana.

—Es imposible —mi voz salida como un alarido se hundió en su pequeña risa—. Tú. Esto es imposible. Es irónico.

—No estás perdiendo la cabeza, amor —arrastró una silla y la ubico a un espacio considerable de donde estaba yo. El respaldo quedo frente a mí y ella adopto una posición tranquila. Alzó la mano con indolencia pidiéndole a Dan y Elizabeth que se retiraran, soltó un suspiro y me observo—: tantos años escuchando sobre ti, y aquí estas.

Bajo mis pies se comenzaba a formar un viscoso charco rojo. Era mi sangre. E, instintivamente traté de relajarme y no moverme, pues todo mi cuerpo dolía como el infierno.

—Tú eres la mente maestra del juego —proferí con vehemencia. Fingió hacer una reverencia—. ¿Por qué no sabía de ti?

Algo brilló en sus ojos impasibles. Aquellas iris eran de un color azul turquesa, ahí estaba nuestra diferencia. Éramos tan distintas. Inclinó su rostro con calma como si me estuviera estudiando, ambas lo hacíamos. Era impresionante el parecido que teníamos ambas, casi idénticas, y mi mente estaba hecha un lio por lo que estaba sucediendo.

Frente a mí estaba un imposible.

—Nos separaron —una esquina de su boca se curveó con frenesí—. Es increíble el parecido que tienes con mamá. Es como si la estuviera viendo, una réplica exacta.

—¿Está viva? ¿La has visto? —cuestioné con la voz arrastrando. El pecho y el estómago me dolían fuertemente.

—No. Ella está muerta —nada en sus facciones se inmutó cuando lo dijo—. Le han hecho tributo durante siglos. La he visto en el espejo de recuerdos.

Si Mayson no me hubiera hablado de eso probablemente no sabría qué significaba pero al no ser ignorante del tema quise tener un recuerdo de ella, de mamá.

Las muñecas me dolían, el hilillo de sangre seguía su curso hasta llegar al suelo frío. Cerré los parpados, vislumbrando puntos rojos y verdes a través de ellos cuando relamí mis labios estos ardieron debido a la sequedad en la que se encontraban. Dirigí una mirada hacía la persona frente a mí.

—¿Podrías desatarme? —pregunté cautelosa. Llegué a pensar que aquella mujer frente a mí tendría algún afecto, sin embargo, cuando la sonrisa bobalicona se desplegó por su rostro supe que ese era, probablemente, mi final.

—No puedes pedirme eso, hermana.

—¿Qué es lo que quieres de mí? —arqueé las cejas con lentitud. La voz me salió teñida de debilidad y cansancio.

Se levantó, acercándose a mí con aire displicente tomó con firmeza una de mis muñecas y con suavidad comenzó a deshacer la atadura. Solo cuando se inclinó un poco pude ver una cicatriz en la piel de su cuello atravesándole hasta la clavícula.

—Verás, amor —se relamió los labios con pedantería—, supongo que has escuchado sobre la profecía.

Asentí después de varios segundos mientras ella terminaba de desatar las cuerdas. Mis globos oculares iban y venían de los espacios donde faltaban pedazos de paredes junto con la salida, aspiré con firmeza intentando que la barbilla no me temblara.

—Aquella tonta profecía —asió sus dedos a mi muñeca—, es mentira, o al menos una parte.

—No sé a qué te refieres —dictaminé.

El chico de los ojos verdesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora