R A Y D E R
—¿Siempre eres tú el que me da mi libertad? —preguntó. Inconscientemente mis labios se curvearon en una sonrisa.
—Soy el que te la quitó.
Podía verlo en sus ojos, estaban rutilantes y vivaces, ella solo me pedía con la mirada algo que yo estuve conteniendo desde que la vi.
Había aprendido a leer sus gestos en todos estos años, sin embargo, me gustaba mirarla. No quería tener sexo con ella, tampoco atosigarla para que no se me fuera de las manos, quería apreciarla, quería mirarla un sinfín de tiempo sin parecer obsesionado. Era guapa. Demasiado guapa y extraordinaria como para ser del montón. Tenía unos ojos tan expresivos y transparentes que era fácil darte cuenta de lo que quería, ni hablar de sus labios.
—Deberías dejar de beber —le señalé los vasos en la mesa. Mis palabras parecieron romperla.
—Lo haré —me sonrió forzada. Metió las manos en los bolsillos de su chaqueta y miró hacía la pista donde los humanos se movían, suspiró prolongadamente y algo latió tan fuerte dentro de mí por saber qué es lo que pensaba. Lo habría dado todo. Transcurrió un segundo, y después otro hasta que me miro con determinación—; ¿Sabes qué? Definitivamente no. Me embriagare hasta perder la conciencia.
Le sonreí.
Estaba seguro de que lo haría, pero también apostaba a que terminaría bailando en el lugar sin importarle que cientos de ojos la miraran. Se alejó de mi lado y en ningún momento la perdí de vista. Habló con el barman quien le sonrió con cautela dándole lo que había pedido, noté que en el camino termino con su bebida y continúo con la otra hasta llegar a mí.
Me extendió una y sonrió.
Le había dolido.
Lo sabía. Podía ver ese gesto en sus ojos cuando trataba de sonreír. Ella quería que la besara. Y yo también quería.
Cualquiera se hubiera vuelto loco por ella. Y yo era un hijo de puta afortunado. Incluso cuando caí.
Tomé la bebida. Se sentó a mi lado, removiéndose incómoda. El club se había tornado en luces rojas, tragué el líquido amargo y salado, se sentía tan fresco que mi cordura se tambaleó. Jamás había sido adicto a las bebidas alcohólicas, no hace trescientos años ni hoy, pero esto se sintió diferente, o quizá era el hecho de que estaba controlando mis impulsos.
—¿Cómo terminamos aquí? —Arrastró las palabras—. Tú, yo y alcohol.
Rogaba que no se acercara. Un roce bastaría para que todo se fuera a la mierda. Cuando creí que había dejado pasar aquel rollo quitó su chaqueta de su pequeño cuerpo, dejando la piel de sus hombros y su cuello expuestos. Estaba seguro de que no lo había hecho apropósito.
Caos.
No supe si quedarme o irme.
—Aposté a que no me metería a tu habitación sin permiso a cambio de que vinieras —repliqué, moviendo mis dedos al mismo tiempo que la música.
—Fue un buen trato —dictaminó. Sacudió la cabeza estando de acuerdo en algo—. Creo que eres un ángel caído —me susurró.
—Lo soy, cielo.
—Espera —dejo sus labios entre abiertos solo un poco, pensando su siguiente pregunta—, ¿por qué cielo? ¿Por qué no otro apodo?
—Me gusta —reconocí. Deslicé mis ojos hacía ella con calma. Una calma que no existía, y hasta ese momento no noté que estaba a solo una distancia tan corta como para convertirnos en un roce. No me moví cuando me observo.
ESTÁS LEYENDO
El chico de los ojos verdes
FantasyUn ángel caído, y una profecía que está a dos pasos del abismo.