22. La amas, ¿verdad?✔

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La vida es mucho más fácil sin rencores, dejando al pasado y a la gente tóxica atrás.

***

Cuando desperté un sonido agudo me inundo. Mis pupilas trataron de acoplarse a la luz blanca mientras parpadeaba constantemente. Lo veía todo distorsionado, mi visión tardo en acostumbrarse a la luz y un revoltijo se acentuó en mi estómago, no podía procesar ni la mitad de un pensamiento sin que mis sienes dolieran.

Estaba aterrorizada.

Los recuerdos me golpearon como flashes, y temí por Dan y por mí. Temí por mi vida, y el volver a despertar allí. Los huesos de mi cuerpo dolían desgarradoramente, mi piel ardía y sentía ese mareo incesante. Mi garganta quemaba y no podía expresar una sola palabra por el miedo de que siguiera en aquel cuarto.

Entonces recordé.

Habíamos escapado. Y en un acto involuntario mi cuerpo se movió en la cama, logrando así que me sentara con mi espalda curvada rozando mis rodillas. Inhalé fuertemente, cientos de veces.

Me faltaban piezas. No podía unir todo el rompecabezas, lo único que tenía firme en mí era a Dan.

—¿Cómo estás? —escuché una voz lejana, llena de preocupación.

No hubo respuesta de mi parte, logré enfocar al dueño de la voz, e ignoré a los demás de la habitación. Olía a medicamentos y a muerte, quizá era cruel pero nunca me habían gustado los hospitales, aun cuando había pasado gran parte de mi vida en ellos gracias al trabajo de mi madre.

—Un chico —fue lo primero que dije. Mis cuerdas vocales raspaban, y mi voz se escuchaba rota y seca. Trasladé mi mirada al doctor de bata blanca quien me veía con atención. Me pregunté cuántas veces presenciaba este tipo de momentos. —Cabello negro y ojos azules, ¿dónde está?

No pude evitar sonar tan brusca. Sin embargo por dentro estaba a punto de romperme en miles de pedazos.

—Veo que estas bien —reconoció—. Después de todo estas reaccionando a los medicamentos, un poco tarde pero lo haces.

Me sonrío.

—¿Cuánto tiempo llevo aquí? ¿Dónde estoy?—interrogué, careciendo de amabilidad.

—Necesitas tranquilizarte —sugirió él. No me di cuenta de que estaba a segundos de levantarme—. Han sido tres días, y estás cerca de Colorado.

—¿Dónde está él?

—Te lo diré si te tranquilizas —trato de sonreír pero no funciono—, necesitas descansar.

¿Descansar? Yo quería algo más que estar atada a una camilla, quería salir, correr y gritar tanto como pudiese.

Aun así le obedecí.

—El chico está realmente mal —revisó las hojas que yacían en la carpeta color crema—. En su cuerpo no hay un lugar en donde no haya golpes —deslizó sus ojos hacía mí, dudando en preguntarme—, es impresionante que esté respondiendo, golpes de esa magnitud provocan la muerte. Y tú, sin haber comido por días, al igual no sé cómo pudiste sobrevivir. ¿Qué fue lo que les pasó?

El exceso de información costo trabajo. Costó trabajo el no arrancarme a llorar y gritar, el doctor me miro y no insistió en que le respondiera. Necesitaba verlo, así que se lo pedí.

El doctor Vendrell asintió y me ayudó a ponerme de pie. Me tambaleé un poco pero me esforcé. Mi cuerpo estaba adormecido, teniendo como consecuencia caminar con lentitud. Caminamos por el estrecho pasillo, aspirando fuertemente el olor áseptico. No lloré ni me mortifique por lo sucedido. Pero me mentía, estaba en shock, no podía soportar tanto. Al llegar a la puerta de la habitación le pregunte que si podía entrar sola, quería unos minutos con él.

El chico de los ojos verdesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora