23. Quizá.✔

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¿Cómo es que pudiste estar tan ciego como para no ver que sentía de todo por ti?

***

—No lo haré —hablé con firmeza—, no a ella.

Miguel pareció estar esperando esa respuesta. Arrastró sus dedos por la culata de la daga con una gracilidad y paciencia escalofriante. Su sonrisa no era amistosa ni tolerable, era una advertencia; una advertencia de todo lo que era capaz.

—Han desatado una catástrofe —inicio Miguel. Su voz estaba teñida de un tono sosegado pero al mismo tiempo pendía de peligro—. Tú y ellas. Si no lo detienes tendremos que intervenir.

Apreté los labios, aspirando con firmeza todas mis contradicciones y decisiones, recorrí todo el lago de agua cristalina notando como mi reflejo se miraba aturdido. Estábamos en una reunión y si yo afirmaba que no había visto a ningún arcángel ahora tenía a cinco frente a mí esperando una respuesta que no sabía si era correcta.

Tenía puesto en mí varios pares de ojos, y sin mentir podía sentir el ardor, el ansia de todo lo que conllevaba traer un par de alas en la espalda. Al verlos frente a mí con esas alas tan características de nuestro linaje algo se incomodó en las puntas de mis dedos.

—Hemos estado en secreto desde la creación —expreso con vehemencia uno de los arcángeles—, aquellas niñas han sido un peligro para ambos mundos, sabemos de qué son capaz todos los hijos de lucifer y los ángeles, no nos arriesgaremos a tener consecuencias mayores que una rebelión por injusticias.

—Son mis hijas —profirió solemne Gabriel—. He pagado por mi acto de desobediencia.

—Nosotros también lo hemos hecho —terció, Miguel.

Había un tono de hastió y resentimiento en su voz que se escuchaba con claridad.

—¿Acaso no te basto con Ivonne? —pregunto el padre de las susodichas, permanecía la firmeza y suspicacia en cada palabra—. Me quieres arrebatar lo único que me queda, todo porque ellas no fueron tus queridas guerreras. No lo permitiré.

Algo irradio con fiereza en los ojos de Miguel, todos los presentes se dieron cuenta hasta Mayson.

—¡Ella era un caído, por el amor de Dios! —Grito con sus pupilas volviéndose un color dorado carmín—: ¡los seres a quienes matas! Ángeles y caídos no se mezclan, Gabriel, no puedo quedarme a ver como todo lo que tocas lo conviertes en pedazos.

—Te enamoraste de ella, Miguel —sonrió indolente—, y te da rabia tan solo pensar que fue por un caído.

—Mi hermano pequeño creyendo que todo gira en torno a los sentimientos —entrelazo sus manos por detrás de su espalda, me miró e inclino su cabeza sonriéndome con dureza—. Dime, novato, ¿A dónde te llevaron los sentimientos?

No respondí.

Vislumbré una rabia indescriptible en su rostro y, todo aquello había que agregarle el desprecio en la mirada, cuando llegué a pensar que una furia de titanes se desbocaría aquí sucedió todo lo contrario:

Miguel sonrió.

Y, podía jurar que esas sonrisas te las topas una o dos veces en tu existencia.

—Doce días —me señalo dos segundos antes de marcharse, sus ojos negros se anclaron a mí con vehemencia y prosiguió—: si no logras resolver este conflicto no seré yo quien decidirá su destino, serán las jerarquías de ambos bandos.

Cuando se marcho fue como haberse llevado un peso de mis hombros, pues, no había marcha atrás: yo había aceptado ya mi destino.

Detrás de Miguel le seguían los tres arcángeles restantes, me dejé llevar cuando indolentemente y con pereza Miguel enarbolo una estatuilla con forma de estrella para después lanzar un halo de luz y disolverse en el aire, me quedé apreciando el momento y observando los rastros de luz que habían dejado. Gabriel se aclaró la garganta y aquello atrajo mi atención al instante.

El chico de los ojos verdesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora