Capítulo 32. Tormenta II✔

9.1K 804 255
                                    

La verdad te vas a joder cada vez más si sigues guardando todos esos sentimientos.

***

Mis pies se detuvieron a escasos centímetros del chico. Pude apreciar como claridad cómo eran esas plumas blancas. El silencio permanecía ahí, en esta habitación y observando detenidamente una fotografía.

La mujer había abandonado el lugar hace unos minutos, todo se resumía a él y yo. Estaba estática frente a algo que para los humanos es irreal. Retrocedí y al hacerlo la madera crujió ante mi peso.

—No te haré daño.

Su voz era fuerte e irradiaba seguridad. En aquella ráfaga de oscuridad y miedo... estaba él. Sus ojos dorados me contemplaban donde sus largas pestañas los escondían. Escondían aquellos pequeños soles que eran una manera de enamorarse. Mi cuerpo se puso rígido ante una mirada tan penetrante, era como si me atravesara y quisieran decir algo.

Una cicatriz atravesaba una parte de su mejilla. Una fina línea que representaba una historia. Dejo la fotografía en el escritorio para después acercarse a mí.

Retrocedí. En su rostro una sonrisa apareció, ¿cómo podía ser tan atractivo? Su rostro era ver una obra de arte, de esas en las que te quedas contemplando por horas.

— ¿Qué es lo que buscas?—pregunté, con voz sumamente baja. La tormenta parecía no querer terminar y la verdad tener una pequeño rayo de ella era suficiente para poder verlo.

Camino hacia la ventana—. Deberíamos comenzar bien. La cordialidad es algo que los humanos ejercen, por lo tanto lo haré al estar frente a uno.— Mi ceño se frunció ligeramente al ver como se inclinaba tomando el dorso de mi mano y depositando un beso ahí—,un gusto en verte después de tanto tiempo...

Trague saliva sintiendo como mis mejillas se tornaban de un color carmesí. ¿Tiempo? Divague entre si lo conocía o no, pero era totalmente imposible que yo lo hubiera conocido o visto vagamente.

La desconfianza se apoderó de mi cuerpo provocando que quitara mi mano bruscamente para mirarlo con los ojos entornados.

— ¿Qué es lo que buscas?—repetí.

Su mirada fue de sorpresa pero después se relajó.

—No has cambiado absolutamente nada Phoenix.

Solté una risa. Al parecer este «tipo»  se confunde de chica.

—Mi nombre no es Phoenix—replique—. No tengo la menor idea de que es lo que quieres, ni de lo que buscas. Si no quieres salir lastimado te pido «cordialmente» que te largues de mi casa.

—No puedes lastimar a un ángel.

Levante ambas cejas. Era verdad, sin embargo no dejaría que el miedo se volviera a apoderar de mí. Dan me había salvado una vez, pero tenía que volverme independiente, eso de esperar a que mi «salvador» llegará se había ido por un túnel, demasiado lejos. Me sentía valiente y por mi torrente sanguíneo corría la adrenalina de estar frente a lo que puede ser el que me mate.

— ¿Quieres comprobarlo?—interrogué, me acerque a él con una mirada expectante.

Sus comisuras se curvaron, abriendo paso a una sonrisa abierta.

—Inténtalo—murmuró.

Mi mandíbula se tensó ante su propuesta. Su respiración se mezclaba con la mía y antes de reaccionar mi puño estaba estrellándose en su mejilla.

— ¡Ay, joder!—grité, masajeando mis nudillos de los cuales salía un poco de sangre. Escuche su risa, abrí la boca con indignación.

La situación se volvía de algún modo relajante. Por un momento me olvide de que él podía ser peligroso.

El chico de los ojos verdesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora