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Tan plácido. Llevo unos cuantos minutos contemplando a Damian durmiendo en mi cama, se supone que cuando una persona duerme descansa y en efecto lo hace, sin embargo, es lo menos que percibo en estos momentos. A pesar de que su rostro se mantiene sin ninguna expresión, me transmite inquietud, como si su mente fuera testigo de un tormento.

Sus ojos se abren como si fueran objetos sin emoción, de la nada.

-¿Quieres salir? -Pregunto sentada a su lado, mirando sus pestañas casi chocar contra sus párpados mientras sostiene la mirada hacia arriba.

-No.

-¿Tienes hambre?

Niega con la cabeza.

-¿Quieres hacer algo?

Se queda en silencio un momento y estira su mano hacia mi cuerpo para acostarme junto a él. Me abraza por la espalda y coloca su barbilla sobre mi hombro.

-¿Cómo te sientes? -Su voz clava en mis oídos profundamente hasta llegar a mi alma.

Su pregunta me descoloca un instante, logro comprender que todo este tiempo he estado tan pendiente de él y sus emociones, que me he olvidado de mi. Supongo que así se siente estar enamorado.

¿Cómo me siento?

Me siento como si tuviese que cargar con su culpa, como si sus emociones fueran mi responsabilidad, estar siempre pendiente de él me tiene asfixiada de emociones encontradas. Temo que jamás lo pueda superar, ¿Cómo superas que mataste a tu madre?

Por supuesto, no lo haré cuestionarse.

-Bien. -Respondo.

Su respiración choca contra mi cuello, su mano comienza a acariciar mi brazo de un extremo al otro.

-¿Recuerdas cuando dijiste que iba a sufrir?-Recuerdo sus palabras en el viaje, la primera vez que lo besé sobrio.

Hace una pausa y responde.

-Sí.

-No pensé que sería tanto. -Digo sinceramente.

Luego sigue un silencio. Uno que perdura hasta que siento que mis ojos pesan hasta caer dormida.

....

Despierto de hambre. Sí, de hambre.

Me muevo sobre mi cuerpo y me doy cuenta de que Damian ya no está conmigo. Bajo las escaleras y tampoco está, no contesta a mis gritos. Vuelvo a mi habitación con un pan en mi mano y me siento en la cama mirando el suelo, esos momentos en donde por alguna razón el suelo se hace demasiado interesante como para quedar mirándolo horas, en palabras simples, quedar pegada.

Después de despabilarme, me llega a la mente de que puede estar donde Bruno. Miro la hora del reloj clavado en la pared; nueve de la noche.

Los grillos suenan como música para mis oídos a mi alrededor a medida que voy avanzando por la vereda en dirección a la casa de Bruno donde probablemente esté Damian o sepa dónde está. Sé con exactitud que no está en su casa y tampoco quiero volver a ese lugar donde casi dormida juro haber visto a el fantasma de su madre. Haya sido producto de mi imaginación o no, no me interesa. No me arriesgaría a saberlo.

Paso por la plaza por donde Pía y yo solíamos hablar de estupideces, especialmente de nuestro Demian, que poco a poco me voy dando cuenta de que no existe.

Mis nudillos golpean dos veces la puerta de madera sin ningún diseño o algo que la distinguiera de las otras, siempre me llamó la atención lo insípida que puede ser esta puerta.

DemianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora