Capítulo 32.

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Durante el otoño sentía demasiada angustia y tensión, no sabía aún que quería estudiar o si quería seguir haciéndolo, llevaba poco tiempo sin pisar un salón de clases y la graduación no había sido hace mucho tampoco, pero eso no me ayudaba, a pesar de ser poco el tiempo ya me sentía presionada y lo peor era que esa presión venía de mi, cada mañana me paraba frente al espejo del baño y me repetía lo mismo, tienes que pensar que harás con tu vida, no puedes permanecer en casa para siempre y papá no es eterno. A pesar de no ser un autocastigo sabía como herirme a mi misma era mi propia amiga e inclusive enemiga.

Mi vida no era igual a la de antes, ahora me permitía ser feliz aunque fuera un poco, con mi familia y sonreía y reía, pero dentro de mi existía un pequeño dolor que de vez en cuando me atormentaba, no volver a ver a Santiago, la última vez que lo había visto me había hecho muy feliz, ambos nos confesamos lo que sentimos pero tal vez no era suficiente, no lo era, yo quería más, quería poder verlo, tomar su mano, abrazarlo e incluso, sentir sus labios rozando los míos.

Mi mente se desviaba de vez en cuando, era común perderme en mis pensamientos pero ahora se volvía costumbre y algo muy seguido, durante el desayuno veía a la nada y no desfijaba mi mirada de ese lugar y millones de recuerdos, dudas y deseos llegaban a mi y no me soltaban.

Papá comenzaba a preocuparse por mi, decía que parecía como ida, que ya no me concentraba en nada, aunque no había algo en concreto en que concentrarse, pero aún así sabía de lo que hablaba, todos los días me decía que saliéramos a correr, al cine, donde quisiera pero que mi mente no estuviera tan concentrada en la nada, sobretodo porque ahora inconscientemente comenzaba, en algunas ocasiones a llorar y cuando volvía a la realidad no recordaba el porqué de mi llanto.

Después de un tiempo también comencé a preocuparme y decidí hacerle caso a papá, salíamos al cine cada domingo y los viernes íbamos al parque a correr o simplemente a dar un paseo.

Durante el termino del otoño así pasamos los días hasta que con la llegada del invierno cayó una nevada y fue imposible seguir saliendo tan seguido.

No me molestaba pero tampoco me gustaba estar en casa todo el día sin nada que hacer y además con treinta cobijas encima.
Se acercaba una fecha que a papá le gustaba mucho, navidad. Amaba despertar temprano y empezar a preparar la cena, ponía música navideña y usaba un delantal que tenía muñecos de nieve por todas partes.
Me causaba un poco de gracia verlo así pero también era mi ambiente favorito, en años pasados solo tarareaba las canciones, pero este año todos estábamos de humor para unos villancicos.
Aún faltaba una semana y papá ya terminaba de hacer sus compras aunque las de este año eran un poco inusuales.
Durante lo que pareció una eternidad en el centro comercial papá no paraba de buscar los ingredientes perfectos para un buen puré de papa y un pay de manzana que el aseguraba era su especialidad. Nunca se había tomado tan enserio preparar la cena y sobre todo que la quisiera perfecta. Estaba comenzando a preguntarme si mi padre había sido golpeado en la cabeza y ahora era un cocinero frustrado, hasta que, mientras íbamos a comprar un traje para él me contó que en noche buena iríamos a una cena en su trabajo, celebraríamos la navidad y que seria ascendido, estaba tan feliz por él que ni siquiera había notado las siete horas que llevábamos de compras.
Papá me insistió en que comprará un vestido ahora ya que después no habría o las tiendas estarían aún más llenas de lo que ya estaban. Le hice caso porque no quería regresar a ese lugar después, solo en un centro comercial se les ocurría tener aire acondicionado cuando afuera estaba casi una tormenta de nieve. Pasamos por varias tiendas hasta que por fin encontré una de mi agrado, tome dos vestidos uno rojo y otro verde, según papá era lo más adecuado, según yo poco original. Al final elegí el verde y volvimos a casa.

Mi Ángel GuerreroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora