— Si alguna vez pensé que jamás encontraríamos a unos tipos difíciles de llevar a la cama, hoy puedo morir en paz — comenté —. Oficialmente, he visto de todo en esta vida.
— ¿Puedes callarte de una maldita vez?
Esther continuaba con la boca entreabierta, junto a sus grandes ojos color chocolate llenos de impresión. Ninguna de nosotras había podido entender qué carajos estaba sucediendo con esos tipos. Ellos, los vecinos, nos habían retado de una manera ridícula. No caían en nuestras trampas, tampoco en nuestras sonrisas tontas y los gestos de más. Les incomodaba que tocáramos sus brazos o los invitáramos a comer como amigos. Simplemente, era como si estuviesen ahí, pero no nos vieran.
Ya había pasado una semana desde que nos propusimos conquistar a nuestros vecinos. Una semana sin éxito alguno y, sobre todo, una semana sin sexo. Esther estaba llevándome al borde del colapso con sus quejas constantes sobre el himen en estado de reconstrucción que se estaba celebrando dentro de su intimidad. Y, no solo eso, tampoco podíamos dejar de pensar en qué debíamos hacer.
Era algo totalmente diferente, incluso llegamos a pensar que eran homosexuales y que tenían parejas, pero no, no lo eran. Sus miradas, de vez en cuando, se desviaban a las chicas que enseñaban un poquito de piel; lo podíamos notar. Claramente, no solo a nosotras nos llaman la atención, la competencia era increíble. Ellos eran dos tipos violables que no tenían interés por nosotras o por ninguna.
Así que, ahí estábamos, ambas de pie frente a la puerta cerrada de nuestros vecinos, con impresión en nuestros rostros. En nuestros dos años de no-vírgenes, jamás nos habían rechazado. Y, no es por ser egocéntrica, pero teníamos una larga lista de chicos. Listas que se encontraban dentro de dos libretas de las que solo nosotras sabíamos.
Todo comenzó el día que decidimos tener nuestros primeros novios en la secundaria. Ambas éramos felices y queríamos tener el cuento de hadas con el que toda chica soñaba. Nos la pasábamos riendo, soñando e inventando como nos hubiese gustado ese futuro con ese par de idiotas. Las tardes eran de malteada, los viernes de películas y los días de casa-sola sexo intenso.
Desgraciadamente, con lo que no contábamos en esa época, era que los chicos de dieciséis años eran unos inmaduros que se distraían con cualquier falda. Lloramos, gritamos, caímos en depresión por culpa del primer amor y, luego, pensamos que lo mejor era el deseo carnal, la ciencia y los placeres de la vida. Así que, empezamos a salir con varios chicos, pero solo por una simple razón: sexo.
En pocas palabras, hacíamos lo que ellos, nuestros primeros novios, nos hicieron a nosotras.
Por eso, estábamos decepcionadas. Pensábamos que nuestros vecinos tenían algún tipo de regla, algo que les impedía caer en nuestras manos y eso solo sabía empeorar la situación. Era frustrante no poder tenerlos. Nuestros vecinos eran como un dulce por el que moríamos por comer y no podíamos, como la fruta proteína; el banano prohibido. Ya no eran simplemente un antojo, ahora eran un capricho personal que ambas guardábamos dentro de nuestras cabezas.
— Necesito una cerveza. — Esther dio media vuelta, regresando a nuestro apartamento.
Saqué un suspiro frustrado y giré junto a ella.
Sabía que, cada vez que Esther se sentía frustrada o había tenido una noche muy alocada, siempre tomaba cerveza. Y, a cómo era obvio, la frustración la estaba matando poco a poco. Todo ese tiempo había dicho que era como un sentimiento de asfixia que nos envolvía hasta torturarnos, y que, el sabor amargo de una buena cerveza fría, nuestra única salvación.
Caminé detrás de ella y me acomodé en nuestro sillón más grande, esperando verla con una lata fría para mí. Mientras escuchaba que abría la puerta del refrigerador y luego la empuja con su trasero, yo maquinaba una estrategia que pudiera salvarnos de esa situación. No era como olvidarlos y ya. No, no podíamos hacer eso. Se nos era imposible. Ya los teníamos entre ceja y ceja.
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Juro que eras pasajero
Teen FictionSamantha Hurt gritaba aventura en cada ángulo de su rostro, y no precisamente una aventura de campo en pleno verano a como muchos imaginaran. Sam Hurt era una jugadora. Sam no creía en las historias de amor. Ella prefería la ciencia, y sus creencias...