Capítulo 30

24.1K 2.3K 295
                                    

­Estaba embarazada. No. Estábamos embarazadas. ¿Cuál es la posibilidad de que, tanto tú como tu mejor amiga, queden embarazadas en un determinado tiempo? Casi imposible. Y digo casi porque, de acuerdo al estudio de una universidad alemana para eso del 2012, el embarazo puede llegar a ser contagiosos. Lo sé, suena horrible y extraño, pero, según este estudio, cuando una amiga muy cercana tiene un bebé, el deseo de ser madre puede llegar a aumentar. El problema es que yo no quería ser madre y tampoco lo planee. Me daba asco. Me daba pánico. Odiaba la idea. Y era una gran mierda.

Embarazada. Jodidamente embarazada.

Miré el papel con el gran positivo marcado al final de varias letras confusas, y suspiré. Llevaba una semana así. ¿Cómo podía dirigir esa noticia si lo que tenía dentro de mí, sea lo que sea, estaba ahí desde hace dos meses y yo ni cuenta me daba? Pero, para hacer las cosas más graves, venía de las pelotas de un tipo que no quería volver a ver en mi vida. Sentía miedo, angustia, enojo, decepción y todos los sentimientos negativos que un ser humano podía sentir. ¿Qué culpa tenía ese ser de estar dentro de una loca?

Tiré el resultado del examen sobre la mesa donde todavía había una gran cantidad de folletos sobre embarazos, síntomas, ejercicios, pastillas y toda la porquería para mujeres en estación.

— Yo me cuidé. Yo definitivamente me cuidé, y todos meses estuve con el periodo. Joder. — me pasé la mano por la cara, frustrada —. No hay que confiar en esa maldita sangre.

Esther apartó la almohada que le cubría el rostro y miró a la nada. Tenía el cuerpo enrollado como un feto y el rostro rojo por las lágrimas de una semana. Se inclinó rápido, sin verme un solo instante, respiró hondo y hundió las cejas:

— Yo no.

— ¿Qué?

— La primera vez fue sin condón.

— Perdón, ¿qué?

— Pensé que no iba a pasar nada porque me tomé la pastilla del día siguiente. Se supone que eso sirve.

— ¿Se supone? ¡Estás embarazada, idiota! — le tiré uno de los folletos — ¡Embarazada!

La voz me salió llena de asco. Por primera vez no tenía una maldita solución para uno de mis malditos problemas. Hasta el momento todo era fácil. ¿Odiaba a mi papá? Pues lo ignoraba. ¿Odiaba ver a mi madre llorando? Pues la consolaba. Todo era sencillo de llevar y menos doloroso. Ahora el cuerpo se me iba a inflar como un puto globo y mi cabeza no dejaba de recordarme que dentro de mí algo llevaba dos meses. ¡Me iba a deformar el cuerpo! ¡Estrías! ¡Dolor! ¡Celulitis! ¡Qué horror!

— Cálmate, no es bueno que me grites porque estoy...

— Sí, ya sé que estás embarazada.

Respiró hondo.

— ¿Les diremos?

— ¿Merecen saberlo?

— ¡Claro que sí! Son los padres.

— Esther, ¿crees que ellos se harán cargo de unos mocosos con pañales sucios? Vamos, prácticamente estamos solas en esto. Ellos mañana se graduaran y nosotras dejaremos los estudios por un tiempo para tomar pastillas y ver como carajos resolvemos el desastre. Así que, dime, ¿en serio crees que ellos van a comenzar a trabajar para mantener a un bebé con una de las chicas de la lista? No seas estúpida.

Me levanté del sillón y caminé de un lado a otro. Sentía gotas de sudor bajándome por la nuda y una leve presión en el estómago que quería terminar con mi existencia. Era un problema enorme que no podía desaparecer con chasquear los dedos. ¿Qué iba a hacer? ¿A quién podía acudir? ¿Mamá? Sí, ella podría ayudarme. ¿Me mandaría a trabajar? Puede. ¿Quiero trabajar en algo que no tenga nada que ver con arquitectura? No, no quiero ni puedo. ¿Estoy muerta? Yo...

Juro que eras pasajeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora