Capítulo 34

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No recuerdo cómo había llegado a ese punto. De hecho, no recuerdo prácticamente nada anterior a ese momento. Lo único que puedo recordar son sus ojos. Cualquiera pensaría que ya me había acostumbrado a ese par que me miraban con intensidad y juraban protegerme toda la vida. Azules. Grandes. Expresivos. Únicos. Pero no, jamás olvidaré la sensación de haber muerto en el centro de la habitación bajo su mirada. Sentí miedo, otra vez.

Mis palabras habían apagado el brillo que tenían y, junto a sus hombros caídos, supe que le había dado un golpe en lo más profundo del alma. Lo entendía. Yo era la mala de las películas. Pero si algo tenía seguro era que no quería perderlo ahora que había regresado. No quería alejarme de él. No quería ver otros ojos ni escuchar otros chistes; lamentablemente, me había adelantado a los hechos. Me había dado por vencida antes de tiempo sin saber que podía haber pasado.

¿Por qué no le decía que la mejor parte de mí era él? ¿Por qué me quedé callada?

Tal vez porque sabía que si hablaba iba a terminar de arruinar todo.

— ¿Qué? — su voz sonaba cansada.

Comencé a caminar lentamente. El peor de mis miedos era que ese sueño que comenzó como una película llena de romance, se destruyera entre mis dedos. La había cagado. Lo sabía.

— No sabía qué hacer. — me sincero.

— Tuviste que decirme.

— ¿Decirte? ¡Era parte de una maldita lista con números y puntuaciones! — suspiré, golpeando mi pecho con tanta fuerza que comencé a sentir un ligero cosquilleo en la palma de la mano. Él volvió a sentarse, esta vez cansado — ¿En serio alguien puede seguir esperando después de eso?

Ni rio ni pestañó, sino que se limitó a mirarme. Pensé que la conversación había acabado, pero Diego, casi arrastrándose por el piso, logró sostenerme ambas manos, esperanzado. Sintiendo el calor que emitían, me di cuenta que estaba quedándome sin fuerzas. Primero, necesitaba mear. Segundo, el feto no dejaba de moverse.

— Podemos cancelar todo el proceso.

— No puedo.

— ¿Por qué?

Y con ustedes, damas y caballeros, he aquí las palabras que marcaron un antes y un después.

— Sabes lo que pienso de los bebés — comencé —. Sabes que no me gustan y que este feo sufriría al ver que su madre es un asco. No sé si te has dado cuenta, Diego, pero soy un asco. ¿Qué podía hacer? ¿Darle una vida llena de miseria y drama o dejar que encontrara una familia que lo hiciera feliz?

— ¡Pero no estás solas!

— ¡Pues lo estaba hasta hace un par de horas! — grité — Y antes de que te lo preguntes... he tomado esta decisión porque no pude sacármelo.

— ¿Qué clase de mujer regala a su hijo?

— ¡¡No quiero desperdiciar mi vida con un estúpido bebé, entiéndelo de una maldita vez!!

Mi propio grito me hizo sobresaltar. El enojo que se acumuló en mí hizo que temblara con tanta fuerza que podía oír el castañeteo de mis dientes. Y de repente noté que algo había cambiado, que tal vez ya había pasado lo peor, y en ese instante me pareció que terminé de arruinar todo.

Las lágrimas se acumularon en sus ojos y sus manos soltaron las mías.

— No, no, no. Diego, yo...

— Entiendo. — interrumpió. — Entiendo todo lo que me dices y, sobre todo, que no tengo nada que hacer aquí. Solo quiero decirte una última cosa: lucharé por mi bebé.

Salió de la habitación con paso firme. Parecía un soldado sintiéndose afortunado de ir a la guerra sin armas o protección. Observé todos sus movimientos hasta que salió por la puerta y cerró con fuerza. Aquí entre nos, pude haber salido detrás, por supuesto que pude, pero... ¿Qué le diría? ¿Qué me arrepentía por todo cuando en verdad no era así? ¿Cuándo estaba consciente de que no quería ningún bebé? Imposible.

Juro que eras pasajeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora