Lo iba captando poca a poco. El mono que tenía dentro de la cabeza trabajaba lento para ese tipo de situaciones, lo sabía. Sus ojos se abrieron impresionados y las cejas estaban tan arqueadas que no podía creer lo que estaba viendo. Cuando su cerebro dejó de procesar toda la información, bajó la mirada a mi vientre, luego al agua que había expulsado y volvió a mí.
— Le has llamado bebé.
— ¡Ay, no me jodas!
Sonrió de una manera tan bonita que me la grabé en la memoria sin tener muy en claro que iba a suceder luego.
— ¡El bebe ya viene! ¡Mi bebe ya viene! — gritó.
Una contracción me hizo aferrarme con fuerza a sus brazos. Él esperó a que pasara y, cuando me vio más tranquila, corrió al interior de la casa. Sentía que todo estaba pasando exageradamente rápido. Los gritos, el llanto y el dolor solo era algo momentáneo, al menos eso me repetía en cada contracción o ataque de nervios. Me decía que iba a estar bien porque miles de mujeres habían dado a Luz, que no iba a morir y que al final del día todo iba a ser un doloroso recuerdo. Me lo repetía por mi propio bien.
Diego volvió a mí. Tenía las maletas previamente listas en sus hombros y el cabello despeinado. Los nervios estaban matándolo, lo miraba cada vez que se jalaba el pelo y no sabía qué hacer. En eso, puso un brazo debajo de mis piernas y otro en mi espalda, intentando llevarme como recién casados. Luego de dos o quizás tres intentos, se dio por vencido. Limpio el sudor de su frente y colocó ambas manos a ambos lados de su boca, provocando que su grito fuera más alto:
— ¡Santiago, ayuda! ¡Esta mujer pesa mucho!
Un latino despeinado y algo sudado salió de la casa igual o más nervioso que mi prometido. Colocó una mano en mi espalda y otra en una de mis piernas, imitando el mismo movimiento que Diego. Ambos pudieron elevarme y comenzaron a caminar entre pasitos cortos hasta la casa.
— Diego. — mi prometido me miró con preocupación —. Diego, llama a Jessenia.
— Nadie llamará a esa vieja loca, primero irás a dar a luz a mi hija.
Una vez en el auto, Diego me puso el cinturón de seguridad y tiró el bolso a un lado. En el primer arranque tuve miedo de morir aplastada por varios autos. Conducía desesperado. Me sentía en medio de un video juego donde esquivar a las personas, hacer movimientos en zigzag y grítale a cualquiera que estuviese cerca se había convertido en la misión principal. Todo se había reducido a un subir y bajar de emociones que me mareaba. En cierto momento, el dolor era tan grande que sentía como mi interior temblaba. Valiente la mujer que llegó a tener a más de un bebé en su vida.
Logramos llegar al hospital al hospital con el bebé dentro de mí y Santiago como acompañante. Diego bajó del auto sin siquiera apagarlo, gritaba que necesitábamos ayuda a los cuatro vientos y lunos enfermeros llegaron con una silla de rueda. Las cosas pasaron demasiado rápidas, en cuestión de minutos me encontraba con una bata cubriendo mi cuerpo en una sala de paredes blancas y enfermeras tomando mi presión o haciendo los últimos chequeos.
Las horas se habían convertido en segundos gracias al dolor. Gritaba por la desesperación de las contracciones y mordía la almohada para no golpear a la gente que se encontraba a mi alrededor. Era insoportable escuchar que las personas decían que todo iba a estar bien porque, aquí en lo personal, ya miraba la luz al final del túnel.
— Hola, Sam — dijo mi doctora al entrar —. Es un gusto verte.
— Lamentablemente no puedo decir lo mismo. Necesito que lo saque.
— Te haré un examen para ver cuantos centímetros ha bajo ¿de acuerdo? — asentí — Introduciré mi dedo y haré la medición. — Hecho lo dicho, su sonrisa se agrandó. — Bien, el bebé tiene seis centímetros. Uno más y comenzaremos con el proceso. Por cierto, ¿quiénes van a estar contigo?
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Juro que eras pasajero
Teen FictionSamantha Hurt gritaba aventura en cada ángulo de su rostro, y no precisamente una aventura de campo en pleno verano a como muchos imaginaran. Sam Hurt era una jugadora. Sam no creía en las historias de amor. Ella prefería la ciencia, y sus creencias...