Sus ojos lucían vacíos. La chica frente a mí no era mi amiga, quizás solo era un fantasma, un ser fuera de este mundo. Su cabello ya no estaba perfectamente acomodado. La ropa, que antes era humilde y de colores pasteles, ahora se miraba sucia, arrugada y de dos tallas más grandes. Y el poco maquillaje que tenía en su rostro, estaba corrido hasta las mejillas.
Lucia dañada y descuidada. Ni siquiera tenía ese brillo que tanto la diferenciaba del resto. No tenía esa sonrisa de oreja a oreja y, lo peor de todo, no sabía cómo carajos ayudarla. Abby había entrado a su propio infierno y yo me di cuenta de eso mucho tiempo después.
— Abby, ¿qué sucedió?
Quise acercarme, abrazarla para que supiera que en ese lugar nada malo iba a sucederle, pero algo en su mirada me dijo que lo mejor era no hacerlo. Quedarme quieta como una estatua. Esperar su primer movimiento.
Terminé abriendo la puerta por completo y con un movimiento de cabeza la invité a pasar. Ella, sin emitir palabra alguna, entró a la sala de mi apartamento. Se sentía como si fuese una extraña que entraba por primera vez, alguien que había poseído el cuerpo de mi amiga y se aferraba tanto que salir era imposible.
Sus ojos recorrían cada una de las esquinas y los detalles, mientras caminaba con un paso lento, muy calculador. Más de una vez intentó hablar, aunque nada salía y sus labios terminaban por sellarse en una línea fina.
Al cerrar la puerta, ella habló:
— Siempre me gustó tu apartamento. — terminó diciendo, sin prestarme atención —. Pensaba que dentro de este lugar había un mundo que nunca pude conocer. Me consideraba una chica tonta que se había sentido la sombra de Samantha Hurt.
— Sabes que eso no es así.
— ¿No lo es, Sam? — me miró por primera vez — ¿En serio no lo es?
Negué.
— Tú siempre has sido una de nosotras. Aquí no hay sombras ni luces tampoco términos medios — acomodé los mechones rebeldes que había aparecido luego de mi beso con Diego —. ¿Por qué no has llegado a clases? Llevamos meses sin saber de ti, nos tenías preocupada.
— Tú te preocupaste por mí. Vaya — pasó las yemas de sus dedos sobre el borde del televisor —. Es curioso porque solo escuchaba las voces de Marie y Martha cuando tocaban la puerta de mi apartamento. ¿Tú estuviste con ellas? ¿Verdad que no? Entonces, ¿por qué dices que se preocuparon, si fuiste tú la que no apareció?
Por muy extraño que sueñe, comencé a sentir nervios. Su mirada me daba escalofríos y la manera en la que caminaba me hacía pensar que ella estaba ahí por otras razones.
Yo no me quería mover porque, por cierto momento, pensé que si debía de correr la puerta estaba a algunos pasos.
— Siempre he pensado que las personas merecen un espacio para pensar las posibles soluciones. Te juro que, de haber sabido que te encuentras tan mal, yo...
— Oh no, Sam. Yo no estoy mal, yo estoy podrida.
Y me sonrió. Pero esa sonrisa era falsa y tóxica.
Esta vez intenté acercarme.
— Dime qué sucede, cariño, y prometo que te ayudaré.
Tiró de su brazo, logrando soltar mi agarre.
— ¿Quién te crees que eres, Sam?, ¿crees que eres la persona indicada para ayudar a todos?, ¿acaso te consideras Dios? — bufó — No, cariño, no lo eres. Pero lo que sí podría decir que eres, es que eres un asco de persona.
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Juro que eras pasajero
Teen FictionSamantha Hurt gritaba aventura en cada ángulo de su rostro, y no precisamente una aventura de campo en pleno verano a como muchos imaginaran. Sam Hurt era una jugadora. Sam no creía en las historias de amor. Ella prefería la ciencia, y sus creencias...