— Creo que el gorro de la sudadera te dará un aire más de loca y peligrosa. ¿Qué opinas tú?
— ¿En serio quieres mi opinión en estos momentos?
Diego dudó por un momento, miró el piso y luego volvió a mí.
— La verdad es que no quiero que lo hagas. Hay otras soluciones, Sam; soluciones más maduras.
— Bueno, no es como que la palabra "madura" fuera una de mis características.
Había pasado una semana desde que Abby entró a mi apartamento para atacarme. La marca comenzaba a curarse con normalidad, aunque no estaba tan segura no llegar a tener una cicatriz que tendría que explicar al volver a casa, pero esas solo son aguas pasadas. Por suerte pude hablar con el padre de Abby, explicarle que no iba a tomar cartas en el asunto y que, cuando pudiera, iba a solucionar las cosas con respecto al apartamento. Juntos habíamos acordado reunirnos esa misma tarde. Sin embargo, tenía algo más importante por hacer. Luego de pensar y pensar y seguir pensando, llegué a la conclusión de que la única manera de vengarme sería con la muerte de Ryan.
Ya había preparado una lista de todos los cuchillos que podía afilar para cortarle el pene en tantos trozos que ni el mejor doctor iba a poder componerlo, pero, por supuesto, Esther no me dejó hacer tal cosa en las dos oportunidades que tuve. A pesar de todo eso, no pudo detener mi plan B.
Miré el rostro de Diego. Sus ondulaciones color caramelo estaban despeinadas de tanto que se había jalado el cabello y las mejillas ya la traia rojas por los nervios. Él solo me había encontrado saliendo del edificio y, de la nada, se coló en mi super plan. Probablemente no sabía con qué clase de loca estaba lidiando, pero jamás pensé que estuviera completamente cuerdo después de lo que dijo, tras un último jalón de cabello:
— De acuerdo, lo haremos juntos.
— Espera — dejé a un lado el cierre de mi chaqueta —. ¿Qué?
— Lo haremos juntos. — repitió. Estaba decidido.
— Si entiendes que pienso reventarle las bolas a un chico con un bate de aluminio, ¿verdad?
— Si, y me parece la cosa más loca del mundo, pero te incluye y no pienso permitir que vayas a la cárcel sola — se pasó las palmas de las manos por el pantalón y levantó el gorro de su chaqueta deportiva —. Pobre tipo, ni siquiera me quiero imaginar el dolor. — murmuró.
— Estás loco. No irás conmigo.
Frunció el ceño.
— ¿Por qué?
— ¡Pues porque no! — lo admito: incluso a mí me asustó mi tono de voz — Si quieres me esperas, pero no irás.
— Pero...
— ¡Pero nada!
Lo último que vi fueron sus ojos azulados llenos de duda y angustia. Y puedo decir que, entre muchas otras imágenes que tuve que Diego, esa fue mi favorita porque... porque alguien, aparte de Esther y mi madre, se había preocupado por mí y fue especial.
Entrar a la universidad es un campo de batalla, ¿ya lo había dicho? Pues bueno, es un jodido campo de batalla. Si, si, todo muy bonito los primeros meses... hasta que te toca batallar por quien es el mejor alumno, el mejor bateador o el mejor portero del semestre. Eso sí, conseguir entrar en uno de los mejores equipos deportivos es todo un logro. Y aquí es donde entran los chicos del equipo de fútbol, esos mismos que creen merecer todo por tener el apoyo del director y sus mil regalos para tener un entrenamiento digno de Los Leones; comenzando por el campo que simula ser profesional.
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Juro que eras pasajero
Teen FictionSamantha Hurt gritaba aventura en cada ángulo de su rostro, y no precisamente una aventura de campo en pleno verano a como muchos imaginaran. Sam Hurt era una jugadora. Sam no creía en las historias de amor. Ella prefería la ciencia, y sus creencias...