¿Cuál ha sido el momento más extremo de tu vida? El mío, sin duda, fue haber sido perseguida por un toro enojado y perder mi sostén mientras intentaba sobrevivir. Supongo que jamás olvidaré eso.
Una vez a salvo, salimos del agua espesa. No había un mapa del lugar y tampoco alguien a quien pudiéramos preguntarle, pero sí la poca luz de la luna que atravesaba las ramas. Nosotras solo íbamos caminando en silencio porque nuestro plan había cambiado; ahora solo debíamos sobrevivir sin importarnos la ropa, el cabello o los sostenes.
Para ser sincera, no sabíamos que pensar de todo lo que había pasado en menos de una hora. A pesar de eso, teníamos en claro lo principal: estábamos fuera de la ciudad, perdidas entre una granja y un bosque probablemente sin salida, con frío, una junto a la otra y un trauma muy gracias hacia los toros. Sin embargo, desesperación y el enojo se estaban apoderando de mí.
— Todo esto es por tu maldita culpa.
Aparté una de las ramas de uno de los tantos árboles que habíamos encontrado en el camino.
— ¿Mi culpa? — preguntó, inocentemente — ¿Por qué es mi culpa?
— ¿Tienes los ovarios para preguntar? Si tú no hubieses comenzado con esto de las bromas, seguramente ya estaríamos en casa; calientitas y durmiendo.
— ¿Quién te asegura que esto es una maldita broma? — replicó — Y no me niegues que te ha gustado jugar esas bromas. Admítelo, dentro de ti hay un ser bien loco dispuesto a todo.
— Esther, todo cuadra, maldita sea. ¡Eres bruta!
— ¡Ay, discúlpame! No sabía que era un pecado buscar soluciones a tu maldita obsesión de querer follarte a ese par de idiotas.
— ¡¿Soluciones?! ¡Aquí moriré antes de...!
Escuché un bufido a un par de metros, no era tan fuerte como el que habíamos escuchado anteriormente, pero lo suficiente para hacer que mi piel se erizara y buscara en medio de la oscuridad al culpable.
— ¿Ahora no puedes hablar? — Esther se cruzó de brazos — Mira, esos chicos son pan comido, solo debemos tirarle una tana olorosa y listo, ¿no crees? Mi abuela me ha hablado de cómo hacer su famosa agua de calzón y dice que sí...
Le puse la mano sobre la boca, esperando escuchar ese bufido extraño. Mi mejor amiga se removió intentando quitar mis dedos sucios de sus labios, hasta que escuchó el mismo bufido. Y, como si hubiese sido parte de una película satánica, ambas miramos a un lado.
Ahí estaba el maldito toro. La respiración le salía como vapor y sus ojos realmente se miraban aterradores. Esther sostuvo mi mano.
— Hay que correr. — le susurré.
— No. Escuché que, si no te mueves del todo, puedes hacerte invisible.
Observé la expresión de Esther. Parecía muy sincera... Quería creer lo que me estaba diciendo. Que no debía moverme del todo. Que podía ser invisible. Pero, en realidad, solo me dieron ganas de golpearla contra uno de los árboles y salir corriendo. Y no me contuve.
Corría como alma que se llevaba el diablo y escuchaba los pasos de mi acompañante por detrás de mí. Chocábamos con árboles, gritábamos, jurábamos ser buenas si alguien nos sacaba de ahí y podría asegurar que Esther pateó una gallina inocente que se cruzó en el momento equivocado.
— ¡Corre, Esther, corre!
— ¡Me duelen la piernas! — colocó sus manos sobre sus piernas mientras corría — ¡Los voy a castrar!, ¡juro que los voy a castrar! — miró detrás de ella — ¡Ese toro es satánico, Sam!
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Juro que eras pasajero
Teen FictionSamantha Hurt gritaba aventura en cada ángulo de su rostro, y no precisamente una aventura de campo en pleno verano a como muchos imaginaran. Sam Hurt era una jugadora. Sam no creía en las historias de amor. Ella prefería la ciencia, y sus creencias...