Estaba comprometida.
¿Tú puedes creer eso? Pues yo no. Jamás me había imaginado con un anillo pesado y brillante en mi dedo. Daba miedo, pero no era ese tipo de miedo que te obliga a correr; todo lo contrario. Mis miedos ahora se relacionaban con la boda. Me daba miedo caerme. Me daba miedo manchar mi vestido. Todo me daba miedo, menos decir "si, acepto".
La noticia de mi compromiso corrió como el fuego en medio de un incendio. Me bastó con llegar a casa y decirle a mi madre, para que todo el barrio lo supiera. Recibí tantas felicitaciones, que mi madre tuvo que ir a la iglesia para dar gracias por sus plegarias escuchadas. Por suerte, no era la única que tenía un anillo apretándome el dedo. Esther también se iba a casar.
Al siguiente día nos despertamos en plena madruga, tomamos nuestras maletas y viajamos al aeropuerto. Diego, como siempre, acariciaba mi vientre mientras yo observaba la ventana. En todas esas horas pensaba en los cambios de las próxima horas. ¿Qué carajos iba a suceder cuando todos vieran mi vientre? ¿La gente me iba a mirar con lastima? Si, eso era lo más seguro. Acababa de arruinar mi vida y estaba consciente de eso. Sin embargo, la pregunta que más me preocupaba era si iba a poder seguir siendo la misma.
Horas después un taxi nos estaba esperando en la entrada del aeropuerto y nos juntos fuimos a nuestros antiguos apartamentos. El ambiente no había cambiado en lo absoluto y todo me daba un sabor a hogar; excepto el olor a cerveza pegado en algunos pasillos. Eso me daba asco. A pesar de todos mis esfuerzos, en el poco tiempo que me había dejado ver el vientre, percibí las miradas curiosas y los susurros que tanto me hubiese gustado evitar. Era obvio que iba a suceder, pero no sabía lo más que podía llegar a sentirme. Me daba vergüenza.
— ¿Estás bien? — preguntó mi prometido.
— Sobreviviré.
— Si quieres que golpee a alguien, solo dímelo.
Lo miré.
— No lo harías.
— No, pero por ti les sacaría la lengua.
— Eres mi super héroe.
— Dime algo nuevo. — sonrió.
— Si, muy romántico y todo, pero me gustaría proponer algo — dijo Santiago —. Nosotros no tenemos muchas cosas que empacar y podríamos ayudarles a empacar las suyas. Creo que eso nos ayudaría a regresar más rápido.
— Me parece buena idea. — respondió su prometida.
— Santiago, eres un genio. Me caes bien chico — Diego tomó mi mano, encaminándome a la puerta principal —. Comienza a empacar. Yo acompañaré a Sam.
Al fondo escuchamos un grito frustrado de Santiago:
— ¡Ese no era el puto plan!
La secretaria, una señora bastante avanzada de edad, nos señaló las sillas de espera mientras atendía una llamada con muy mal humor. Por lo que había escuchado era su hijo y había decidido casarse en Las Vegas con la tipa menos normal del mundo. Su futuro nieto se iba a llamarse Ben y según Gloria, la secretaria, el niño estaba destinado a una vida de locuras y mil posibilidades de morir.
— ¿Niña o niño? — me preguntó.
— Feto.
— Niña. — respondió un sonriente Diego —. Nos gusta el nombre de Katherine, pero no lo hemos decidido.
— ¿Nos? — susurré.
Mi prometido me mira más sonriente que antes.
— ¿Me? — vuelve a Gloria — ¿Qué piensa de Katherine?
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Juro que eras pasajero
Teen FictionSamantha Hurt gritaba aventura en cada ángulo de su rostro, y no precisamente una aventura de campo en pleno verano a como muchos imaginaran. Sam Hurt era una jugadora. Sam no creía en las historias de amor. Ella prefería la ciencia, y sus creencias...