Habían pasado dos días desde que Diego estuvo en el apartamento. En ese corto tiempo, no había sabido nada de él, siquiera lo había visto rondando por los pasillos de la universidad o el edificio donde vivíamos. Era como si la tierra se lo hubiese tragado de la nada.
A parte de eso, en esos dos días mi mente se había convertido en algo así como una máquina. Me sentía como Robocop. Yo era una máquina que procesaba números, movimientos, tácticas especiales y cualquier cosa necesaria para crear mi venganza. Pero no cualquier venganza, sino, la venganza. Y eso no era solo porque ella, Esther, había interrumpido el momento que tanto esperaba. No, señor, la venganza era porque ella sí pudo obtener su primer beso en esa cita y yo me quede con las malditas ganas.
Estaba en el salón de clases, moviendo mi lapicero entre mis dedos y manteniendo mi mirada ida. Mi mente no dejaba de recordarla con ese rostro lleno de emoción y ese maldito brillo en sus ojos chocolates mientras narraba todo lo que había sucedido. Esther se había encargado de proyectar la viva imagen del momento dentro de mi mente.
Jamás se lo iba a perdonar.
Esa había sido mi oportunidad de tener un beso de esos labios tan suculentos que poseía Diego y ella lo arruinó todo. ¿Qué le costaba tocar el timbre o la puerta?, ¿acaso era difícil gritar antes de entrar?, ¿y una señal de humo? ¡Algo! Pero no, no hizo nada y cuando le conté todo, más bien se burló de mi situación.
Sostuve con fuerza el plástico entre mis manos, imaginando que era su cuello. Pensaba en quemar parte de su ropa, decirle a Santiago que era lesbiana, e incluso, pensé en llevarla a misa para que la purificaran, pero necesitaba algo más interesante porque nada era suficiente cuando se trataba de ella.
En ese instante, como si fuera una señal divina, el lapicero se quebró en dos y dentro de mi mente brilló el plan maestro.
Así fue como terminé en el apartamento, admirando lo que sostenía en mis manos con una sonrisa sincera y las ganas de ver su rostro luego de terminar.
Todo estaba perfectamente planeado. Había faltado a mi última clase para tener tiempo de colocar todo en su lugar y que no hubiera errores. Tenía aceite, mi arma secreta y la videocámara lista en su posición. Sin embargo, antes de que mi venganza comenzara, decidí ir por un par de cervezas hasta la tienda de conveniencia que queda en una de las esquinas posteriores al edificio, convenciéndome de que tanta maldad me daba el derecho de tener un momento de relajación personal.
Caminaba entre las calles de la ciudad con una sonrisa llena de maldad en mi rostro, imaginando el rostro de mi mejor amiga al darse cuenta de mi plan. Era perfecto, realmente perfecto. Crucé la calle, saludé a unas chicas que me adelantaron y, justo antes de llegar a la tienda, miré a ese chico que no salía de mi mente desde el día que lo conocí.
Se encontraba frente a una de las reposterías más viejas de la zona, viendo por la vitrina un tazón repleto de las tantas galletas que estaban en el mostrador. Sonreí al ver que una línea de saliva cruzaba por su barbilla y él no se daba cuenta, seguramente ni la sentía. Entonces, me quedé sin moverme por un momento, observándolo hasta que entro y, luego de unos minutos, salió con una bolsa de esas galletas. Sin pensar si quiera en lo que estaba haciendo, me acerqué a tal punto que pude tocar su hombro con una de mis manos.
Su cuerpo se tensó y tragó saliva.
— ¡Juro que solo son galletas! — gritó, haciendo que la bolsa llena de galletas callera al piso.
Por suerte, ninguna se salió de su empaque.
— No lo dudo.
Diego recogió la bolsa y luego se giró, listo para maldecirme. Al notar que era yo, su ceño se relajó, igual sus hombros.
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Juro que eras pasajero
Teen FictionSamantha Hurt gritaba aventura en cada ángulo de su rostro, y no precisamente una aventura de campo en pleno verano a como muchos imaginaran. Sam Hurt era una jugadora. Sam no creía en las historias de amor. Ella prefería la ciencia, y sus creencias...