Capítulo 35

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Esta vez todo olía a chicle, pero el hambre y las ganas de huir de ese lugar siempre era lo mismo. Me molestaba. Lo odiaba. Era una sensación tan desastrosa que por poco vomitaba. 

— ¿Qué tal si es un fenómeno? — dijo Esther, mientras se levantaba la camisa y terminaba de acomodarse sobre la camilla.

— Sería un fenómeno muy divertido.

Me miró furiosa.

— Eres un monstruo.

— Dime algo nuevo.

La puerta se abrió y de inmediato distinguí a Santiago junto a nuestra ginecóloga. Ambos venían hablando de pañales, atenciones y cualquier cosa que fuese totalmente importante para un bebé. De más está decir que Santiago era un manojo de ansiedad y nervios, pues ese día ambos iban a ver el sexo de su bebé; cosa que Esther ya sabía y no había querido compartir con nadie.

El novio de mi amiga tomó mi lugar y besó su frente. Desde mi posición todo se mira asqueroso; a veces tanto romance me daba nauseas, pero muy en el fondo sabía que eran celos. Yo quería eso mismo. Los besos, las caricias y las palabras bonitas junto a la única persona que podía hacerme sentir especial. Lo malo de mi historia es que esa persona no quería verme por el resto de su vida.

— Hoy no está con los dedos en la boca. — comentó la doctora —. Y aquí. — señaló la pantalla —. Aquí tienen a su niña.

La escena parecía sacada de una película. Ellos sonriendo, besándose, amándose, y yo como un fantasma triste, gordo, solitario y necesitado de amor. Era una mierda. Todo era una mierda.

Una sonrisa tímida captó mi atención, era la doctora que me miraba con nostalgia. Ella sabía mi situación y lo que pensaba de los bebés, pero jamás había comentado nada. Al menos no hasta que Esther y Santiago salieron a pagar el ultrasonido.

— ¿Tú no quieres saber el sexo de tu bebé?

— El bebé no es mío y Jessenia ya sabe el sexo.

Asintió. Se levantó en silencio de su asiento y puso una nueva manta en la camilla con tanta tranquilidad que llegué a sentirme impaciente.

— ¿Has encontrado a la pareja perfecta?

— Así parece.

Quería que lo preguntara. Por primera vez en todos esos meses, quería que alguien me lo preguntara.

— ¿Estás segura, Sam?

— ¿Por qué he de no estarlo?

— Mentir es malo. — sonrió.

— Fingir que me crees también — ella suspiró y yo jugué con el borde de mi camisa. Sentí vergüenza de no decir la verdad —. Soy una cobarde incapaz de sacrificar su vida por alguien más. Eso es todo.

— Me alegra que lo dijeras porque casualmente hoy, y solo por hoy, todas las cobardes tienen un ultrasonido gratis.

Aplaudió emocionada y me tomó de las manos. A los segundos estaba sobre la camilla con la camisa por debajo de mis pechos y un chorro de gel frío esparcido por todo mi gran abdomen. Ella, más emocionada que yo, empezó a correr el control de la máquina hasta conseguir una imagen que por supuesto no quise ver.

— Mira — insistió —. Mira que hermosa es tu bebé.

¿Hermosa? ¿Había dicho hermosa? Llena de temor giré la cabeza, intentando captar lo que ella podía ver con tanta facilidad. Ahí, en el centro de la pantalla, había una sombra. En eso, los latidos de un corazón muy pequeño se empezaron a escuchar desde la máquina y por cierto momento sentí que las pulsaciones iban con las mías.

Juro que eras pasajeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora