A veces la vida requiere sacrificios. ¿Qué digo?, toda la vida merece pequeños sacrificios que nos llevaran a esos grandes momentos, estaba segura de eso. Me gustaba pensar que eso era un proceso por el que muchas personas pasaban, solo para no sentirme más desesperada de lo que ya me encontraba sentada a un lado de mi amiga. Entonces, me dije: «situaciones desesperadas, requieren soluciones desesperadas.» Y aquí es donde aparece July.
July Eines. Ella era una de las tantas compañeras de clases que habían cursado contabilidad, junto a mi mejor amiga, desde los primeros años de la universidad. Pelirroja, ojos color café, demasiado baja de estatura, pecosa, de piel pálida y sin muchas curvas. Se le conocía por la imagen adorable que tenía o por lo culta que era en toda situación. Además, era la capitana del equipo de ajedrez, líder del grupo de oración y, lo más importante, con un historial completamente limpio.
Nunca se le iba a ver en una fiesta. Jamás era capaz de decir una mala palabra cuando estuviera enojada. En la vida caminaría por las calles sin su cabello trenzado o su ropa larga y gruesa. Era imposible conocerle un novio o algo más que un compañero de clases. Probablemente era la menos atrevida de toda la generación y siempre andaba con un crucifijo de madera, colgando de su cuello, al igual que su hermano gemelo.
July era perfecta para enseñarnos cómo ser más como ella y alguien mucho menos que nosotras. Y no fue difícil que se nos acercara, simplemente le comenté que deseábamos un cambio desde raíz, para que apareciera en mi apartamento con dos de sus amigas de oración.
— ¡Bienvenidas a su primera clase de: "¿cómo ser una chica bien?"! — dijo July, la chica bien.
Me removí incomoda en mi lugar. Ambas, Esther y yo, nos encontrábamos en los sillones de nuestra sala, rodeadas por mucha basura y el intenso olor a fiesta que habían dejado todos los invitados la noche anterior.
Se supone que, desde el primer día que pisamos nuestro apartamento, este espacio fue bautizado como la zona «chillax». Era nuestro lugar favorito para relajarnos junto a una cerveza en la mano y una buena platica, pero nada de eso pasaría esa mañana, menos sabiendo que había una pequeña criatura, de cabellos rojos y pecas naranjas, estaba frente a nosotras con el ceño fruncido, intentando componer la imagen que habíamos conseguido en todos esos años, en tan solo un días.
— Primero, vamos a resolver esto — con su pequeño dedo índice, demasiado blanco para mi gusto, apuntó hacia la pecera llena de condones que todavía se encontraba en la esquina de la sala. Dio pequeño pasitos y la sostuvo entre sus manos. Una de sus amigas religiosas se acercó a ella, aceptando la pecera e intentando omitir la expresión de asco. Entonces, salió con nuestro equipo pesado fuera del apartamento —. ¡Nada de sexo, señoritas!
— ¡Renuncio! — un grito frustrado me sobresaltó. Era de mi mejor amiga.
Esther tenía el cabello despeinado y el maquillaje corrido por haber tomado su peso en licor apenas Diego y Santiago se retiraron de la fiesta. Y, sus ojos oscuros y abiertos, por pura impresión, observaban la puerta por donde salió la rubia amiga de July. También se fijó en el rollo de papel periódico que la pelirroja había improvisado para hablar con nosotras y, por último, su mirada cayó en mí.
— ¿Qué? — murmuré.
— Mira, Sam, sé que esos tipos están muy buenos y probablemente sean demasiado amables, pero — abrió sus manos, haciéndome mirar el espacio donde estábamos —, ¡hey, son dos tipos más!, podremos encontrar unos muy similares en cualquier parte de este maldi...
July estrelló el periódico en la cabeza de mi amiga, haciéndola callar de golpe.
— ¡Nada de malas palabras! — gritó.
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Juro que eras pasajero
Teen FictionSamantha Hurt gritaba aventura en cada ángulo de su rostro, y no precisamente una aventura de campo en pleno verano a como muchos imaginaran. Sam Hurt era una jugadora. Sam no creía en las historias de amor. Ella prefería la ciencia, y sus creencias...