Capítulo 16

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Dos días; dos malditos días. Cuarenta y ocho horas desde que nosotras implementamos nuestro plan y logramos el principio de la guerra vengativa.

Lo peor de todo era que, la verdad, no sabíamos qué carajos estaba sucediendo a nuestro alrededor. Estábamos atentas a cada movimiento que realizábamos. De hecho, no habíamos podido dormir en todas esas horas haciendo guardia, andábamos con miedo todo el tiempo y caminábamos con lentitud; tanto era así, que dentro de nuestro propio apartamento éramos dos zombies que andaban en silencio. Tocábamos cada zona con la punta de los dedos para estar completamente seguras de que no hubiera peligro alguno y luego comenzamos a desconfiar.

Dejamos de sentarnos en los sillones en cuanto Esther sugirió que era un buen lugar para esparcir asquerosidades, tampoco compramos comida porque teníamos miedo de que ellos secuestraran al repartidor y pusieran algo totalmente digestivo para nosotras. Simplemente estábamos ahí... haciendo nada, pensando en nada.

Había dejado de ser una simple broma a ser una tortura mental. Ambas sabíamos que estaban jugando con nuestra psicología, nosotras éramos expertas en eso, y lo peor de todo era que lo estaban logrando.

— Sam, necesito dormir. — dijo Esther, a un lado de mí.

No nos habíamos movido del colchón suave que estaba en el centro de mi recamara. Teníamos platos sucios junto a refrescos a medio terminar y la puerta cerrada con la seguridad de una silla metálica. Sentadas, miré la hora. Era apenas media mañana. Pasamos todas esas noches encerradas sin ver la luz del día y juntas decidimos que, si nos hacían bromas, íbamos a estar juntas hasta el último momento, y no sabíamos, quizás hasta los podíamos detener.

— Me quedaré haciendo guardia. Duerme un rato, luego lo haré yo y así sucesivamente. Hay que estar atentas.

— Esto es una maldita tortura. Creo que moriré. — tomó una de las sabanas y se cubrió de pies a cabeza.

— No digas estupideces, nadie morirá. Y, en caso de que suceda, lo harán ellos.

Pensé que se había quedado dormida por el silencio que reinó en la habitación, pero se removió al cabo de un rato.

— Sam, si me atrapan de primero, no dudes en correr por tu vida. Hay que seguir con el legado.

— No nos atraparán. Cállate y duerme.

Sentí pasar la mañana y la tarde. Mi cabeza se balanceaba de atrás hacia adelante por el sueño rezagado de dos días; el dolor comenzaba a ser más intenso en mis sienes y mi trasero estaba incomodo. Cuando volví a ver la hora en el reloj de mesa, me di cuenta de que ya eran las seis y comenzaba a oscurecer. Siquiera habíamos encendido las luces para que pensaran que habíamos muerto en algún barrio de mala muerte.

Dejé el reloj a un lado, sintiendo la pesadez en mis ojos. Estaba a poco de caer rendida a los brazos del sueño, cuando el timbre del apartamento retumbó por toda la sala, hasta llegar a mi cuarto. Inmóvil, sintiendo los nervios en la boca de mi estómago, vi a Esther levantándose de golpe. Ambas nos quedamos viendo, sospechando lo que más nos temíamos.

— ¿Serán ellos?

— No creo que sea Dios para traernos una pizza, idiota.

— Sam, no estoy para sarcasmo.

Quité la silla de la puerta y, con mucho cuidado para no hacer ruido, abrí. Las luces estaban apagadas, tal cual las habíamos dejado en todas esas horas, y siquiera estaban los dálmatas, ellos llevaban con nosotras todo ese tiempo; se encontraban dentro de nuestro refugio y pensaba sentían el mismo miedo que nosotras porque no quisieron salir de la esquina con papel periódico que habíamos preparado para ellos.

Juro que eras pasajeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora