1994
La habitación estaba sumida en total oscuridad y silencio, justo como me gustaba. Me tomó unos instantes acostumbrarme a la poca iluminación de la estancia, y darme cuenta de que no me encontraba siendo abrazada por los brazos llenos de músculos de un modelo alemán con el que estaba soñando, sino, por un pesado edredón que se enrollaba en mi cintura con fuerza.
Me encontraba acostada sobre mi costado. Mis parpados pesaban y mi pierna se salía del borde del colchón. El reloj todavía marcaba la madrugada, logrando que una extraña sensación de paz se apoderara de mi cuerpo al recordar que todavía tenía algunas horas para descansar.
Era muy raro despertarme a esta hora. La última vez que lo había hecho, fue cuando Esther se quedó atrapada en el armario de un tipo con el que se estaba acostando porque la madre de él había llegado a sacarlo de su habitación para ir al cumpleaños de una tía y yo tuve que ir a salvarla luego de haberle llamado para confirmar que todo estaba bien. Despertar en plena madrugada, significaba cambios para mí, para mi vida. Así lo había visto desde pequeña y no sé qué más cambios podían existir, pero era emocionante.
Entonces, con una sonrisa, dejé que mis ojos se volvieran a cerrar y me tiré a los brazos del sueño.
No supe cuánto tiempo pasó hasta que mi cuerpo comenzara a ser zangoloteado por dos manos sobre mi espalda. Metí mi cabeza debajo de la almohada, sintiendo la parte fría de esta, y omití la voz chillona que me hablaba a un lado. Esa misma fuerza arrancó la almohada de mi rostro, quitó mi edredón de mi cintura y me gritó al odio:
— ¡Despierta, maldita sea! — gritó Esther con un tono cargado de fingida irritación —, ¡llegaremos tarde a la universidad, estúpida!
Se hizo el silencio y Esther volvió a moverme con fuerza.
— Vete por un tubo. Tú y tus clases pueden irse a la mierda.
Hundí mi rostro contra el colchón para no sentir el reflejo de los rayos de sol que entraban por la ventana. Esther, en cambio, subió, cruzando mi cuerpo. Inició a saltar, haciendo que mi cuerpo saltara con el suyo en contra de mi voluntad hasta llevarme al borde y casi botarme.
Cansada y con mucho sueño, empujé sus piernas hacia un lado y ella gritó en medio de un chillido justo cuando cayó.
— Quisiera irme por un tubo, realmente suena tentadora tu propuesta, pero no es el momento — jaló mi cabello, inclinandome hacia atrás. En eso, vio mi rostro con enojo —. Ayer te lo mencioné, Sam. Te dije que hoy íbamos a ver a todo el maldito equipo de fútbol entrenando — continuó —. ¿Sabes cuantos días he esperado para ver a los nuevos integrantes?, dicen que los de último año están calientes y no lo digo yo, lo dice Martha y sabes que ella no miente. Así que, levanta tu puto trasero y ve a cambiarte.
En cuanto terminé de escucharle, giré mi cuerpo, quedando bocarriba. Sus ojos me estaban asesinando con ese color chocolate que expresaba más que mil palabras. Realmente quería ir a ver hombres y yo no podía detenerla porque ese era el estilo de nuestras vidas. Estábamos acostumbrada.
Un silencio cómodo se interpuso entre nosotras mientras decidía si era necesario bañarme.
Martha, Denisse y Marie eran tres chicas que conocimos en el curso de inducción. Tres chicas con los mismos intereses y metas que nosotras, hablando sobre sexo y un futuro profesional. Ellas amaban compartir experiencias, reír por lo idiota que podían ser algunos hombres y ser parte de nuestras fiestas. Junto a ellas, nosotras éramos como pan con jale: una combinación perfecta. Pero claro, como en todo grupo de amigas, también había una excepción. La nuestra era Abby, la virgen.
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Juro que eras pasajero
Teen FictionSamantha Hurt gritaba aventura en cada ángulo de su rostro, y no precisamente una aventura de campo en pleno verano a como muchos imaginaran. Sam Hurt era una jugadora. Sam no creía en las historias de amor. Ella prefería la ciencia, y sus creencias...