Capítulo 26

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Una presión en la pierna hizo que abriera los ojos. El sueño estaba a nada de volver a ganarme, pero las mil arrugas del señor Boter se enfocaron y las ganas de acurrucarme en el torso de Diego desaparecieron por pura magia. Me miraba extrañado mientras mantenía medio cuerpo inclinado, como si quisiera preguntarme «¿por qué?», pero la impresión se le había comido la lengua. Tenía el mismo traje azul, todos sus instrumentos de limpieza y you sexy thing sonaba por los audífonos que le colgaban del cuello.

Miré el cuerpo semidesnudo de Diego y me di una palmadita en la espalda porque, en plena madrugada y bajo la poca luz de las estrellas, se me había ocurrido ponerme la ropa interior. Miré al señor Boter, luego a Diego y por último al cielo, pidiendo paciencia y sabiduría para formular una muy buena excusa. 

 — ¿Por qué no me sorprende que usted sea parte de esta locura, señorita Hurt? — Susurró y movió su bigote, pensativo — ¿Ha violado a este joven?

Bufé.

— ¿Usted cree que yo necesito violar a alguien?

— Eso no fue lo que dijo su compañera de aventuras hace un par de semanas. Las he escuchado hablar. 

— ¿Cuándo dejará de exagerar?

Me levanté medio mareada por el sueño y cubrí a Diego.

— ¿Piensa dejarlo tirado en medio de una azotea y con calzoncillos de patitos? — asentí. El señor Boter me miró impresionado, casi asustado — Espero no estar vivo para el día en el que las mujeres logren reproducirse solas. Por eso mismo no culpo a mi hijo de ser homosexual, ninguna mujer merece sus soldaditos. 

Tomé mi ropa en una pelota de tela y me puse mis zapatos. Volví a mirar a Diego, luego al señor Boter y por último al cielo, entonces se me vino una idea.

— Dígale que he tenido una emergencia.

— Nada arreglará la autoestima rota que le quedará al chico, señorita Hurt.

— ¡Invéntate algo!

Suspiró hondo.

— Está bien, está bien. Le diré que ha decidido suicidarse. 

— ¿Qué?

— ¡Nadie dudaría de eso! —señaló el borde de la azotea — ¿Azotea? ¿Muerte? ¿No lo ve tan obvio como yo?

— Solo dígale que... no sé... que he tenido una emergencia personal y no he querido que se vea involucrado.

Volvió a ver al chico semidesnudo encima de un montón de almohadas.

— ¿Le digo que la llame? — negué — Pobre alma. 

Diego se removió incomodo, tomando entre sus brazos una de las almohadas y sonriendo como si fuese la persona más feliz mundo. Esa fue mi señal. Entonces corrí.

Ahora, ¿quieres hablar de personas cobardes? Pues bien, hablemos de mí. Dicen que la cobardía te da una fuerza y agilidad indescriptible porque es parte de querer sobrevivir. Ese día lo confirmé.  Corrí como si un asesino en serie hubiese corrido detrás de mí con un cuchillo, o como si Freddy Krueger estuviera en una de mis sueños. Corrí por muchas calles imaginando en que en cualquier momento iba a encontrarlo con los ojos acuosos y la pregunta "¿por qué me has dejado tirado?" y lo peor, sin saber qué diablos contestar. Corrí semidesnuda pensando que era una cobarde, aceptando que era la única culpable de no querer arriesgarme, pero es que yo... yo sabía que algo malo podía pasar.

Casi caigo en tropezones cuando Esther abrió la puerta del apartamento.

— ¡¿Quién te persigue?! —  gritó.

Juro que eras pasajeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora