C A P Í T U L O C I N C O

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—Vamos, Lana, cálmate —repito por quinta vez consecutiva—. No ha sido para tanto.

—¿Que no ha sido para tanto? —Abre tanto los ojos que por un momento parece que se van a caer rodando—. Adrienne, ¡podría haberte tirado el ácido encima! Por no hablar de que se ha acabado. Se ha acabado todo esto, simplemente... Estamos fuera. ¡Fuera! Y no porque nos hayamos equivocado, ni porque Neumann lo haya considerado así... ¡Estamos fuera por culpa de un...!

Aprieta los labios. Cierra los ojos un momento y respira hondo antes de suspirar hondamente. Lo más inteligente será desviar el tema utilizando la técnica de la distracción. ¿Y qué mejor distracción que ropa de marca?

—Lana... Deja de darle vueltas. ¿No habías dicho que había rebajas en Tommy hoy?

La cojo de la mano y tiro de ella en dirección a la salida del hotel, en cuya recepción llevamos estacionadas alrededor de media hora. Durante todo ese tiempo, Viveka ha estado vigilándonos por el rabillo del ojo. Si lo que teme es que de un momento a otro montemos un escándalo similar al de las toallitas sin pH, no puedo culparla. En cuanto recuperé el dominio de mí misma tras el episodio de las ronchas, tuve que reconocer que no fui justa con la pobre recepcionista.

—Venga, vamos...

—¡No! —exclama. Y a continuación, pega un pisotón en el suelo y se cruza de brazos. Veruca Salt, la aspirante a dueña de la Fábrica de Chocolate que al final se quedó Charlie, habría estado orgullosa de ella—. No intentes seducirme con ropa bonita, porque he decidido que me voy a poner en huelga.

—¿En huelga de polos de RalpH Lauren?

—En huelga de todo. Zapatos incluidos. —Alza la barbilla, esperando a que la rete—. No será tan terrible. Así tendré tiempo para pensar una estrategia con la que aplastar a ese gusano. A esos gusanos —se corrige enseguida—. El capullo ciego de Neumann también se las verá conmigo por no darte otra oportunidad.

Tengo que apretar los labios para no esbozar una sonrisa tierna. Nadie me defendía así desde que el matón de colegio me quitó el bocadillo y mi madre acudió al director a quejarse. No era para menos; le ponía bastante cariño a los emparedados de entonces. Tanto que acabó convirtiéndose en la dueña de la cafetería del instituto, trabajo que ostentó con orgullo hasta que la enfermedad la obligó a darse de baja.

—Respecto a eso... —carraspeo—. Lo cierto es que me la ha dado.

Lana parpadea varias veces.

—¿Qué?

He decidido no contar eso a la primera de cambio porque no quería hacer una montaña de un grano de arena, pero resulta que anoche llamó a la habitación y me pidió que me reuniese con él en el salón principal del hotel. Allí me pidió disculpas por haber tomado una decisión precipitada sin haber consultado antes las cámaras. Alguien le recomendó que les echara un vistazo para asegurarse, y ha visto que ha sido un accidente. Respecto a ese «alguien», creo que todos sabemos ya quién es. La gran pregunta va más encaminada al: ¿a qué demonios se dedica?

He pasado gran parte de la noche meditando. Si no es científico o biomédico, y está claro que no lo es porque ninguno de los aspirantes va en traje a todas partes, ¿qué hace? Dudo que sea ayudante, o el tipo que limpia las mesas... Parece que no tiene ni idea de lo que hacemos, pero está en todo. El tema empieza a adquirir cierto aire misterioso. ¿Y si es mi ángel de la guarda? No creo en esas cosas, pero con todo el pelo rubio —para mí los ángeles tienen que ser rubios— y lo de aparecer siempre en el momento justo para salvarme el culo apunta a algo muy similar a la magia. ¿Podría ser Dios? Lo dudo. Según lo que se oye por ahí, Dios es humilde y este tipo lleva cada día un traje distinto. ¿Y si es... un espejismo de mi subconsciente y en realidad no existe? He pasado mucho tiempo sola, y aunque no soy de las que cuentan cuánto llevan sin sexo —realmente he perdido la cuenta—, la sequía puede tener sus consecuencias a nivel mental. Eso podría explicar que ahora vea a hombres guapos en todas partes, y...

Cuatro veces tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora