C A P Í T U L O V E I N T I D Ó S

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Os voy a aconsejar algo. Si a un hombre se le ocurre invitaros a cenar a la bartola en la azotea del edificio donde vives solo porque hace una bonita noche estrellada, no le hagáis caso, por muy atractivo que sea. Y aquí es donde viene la confesión: hacédselo si vuestro mayor deseo es mantener la mente fría y el cuerpo congelado. Me refiero a caso, eh, a hacer caso. Nada raro, gracias.

Alemania no es una región conocida por sus altas temperaturas, sino por su frío clima continental. Tiene su parte de gracia si decides tomártelo con humor —yo no lo voy a hacer—, porque ahora sí podría sentirme la reina del hielo de Narnia. Lo que por un lado es terrible; solo me faltaba enfermar de nuevo. Y por otro... ¿Quién no querría ser la reina de Narnia si eso te evitara los tocamientos con un tío sexy?

Puede parecer sarcasmo, pero no lo es. Tengo que aprender a relajarme en presencia de un hombre que me ha tocado íntimamente. No voy a pasarme la vida entera huyendo de todo el que me presta un poco de atención solo porque me atormenta hacer comparaciones, ¿verdad? He encontrado a un tipo con el que me entretengo, que me hace olvidar mis miserias un rato y que está de acuerdo con las inclinaciones de mi corazón. No debería estar en tensión porque me duela engañar a Even. Realmente... No lo estoy haciendo.

Y ese es justo el problema, que no siento que esté haciendo nada mal. De hecho, estoy tan tranquila en el fondo que no puedo decir que sea incómodo. La incomodidad es forzada, como algo aprendido, un chip incrustado en mi cráneo que parpadea para marearme y desviarme de todo lo que no sea la falta de Even. Pero parece que Leon puede borrar todo eso, porque su mirada termina de convencerme de que nada está mal.

—Tengo quince preguntas acumuladas para ti.

—Catorce. Antes, en casa, me has hecho una.

—¿Te incomoda que te haga preguntas? —tantea, ladeando la cabeza.

—Me incomoda no saber responderlas, aunque aún no se haya dado el caso.

—¿Te da miedo pensar que pueda conocerte antes de que llegues a conocerte a ti misma?

—Creo que eso es algo que asustaría a cualquiera. Una persona que te conoce es una persona que tiene un poder sobre ti, y poco importa si eres dependiente o no buscas aprobación en el resto. Si alguien sabe lo que te duele, puede hacerte daño, y nadie quiere que le hagan daño.

—¿Piensas que podría hacerte daño?

Giro la cabeza y lo miro bien, aunque la escasa iluminación de la lamparilla y mi linterna no alumbren lo suficiente para detallarlo.

—Daño es una palabra muy grande —medito—. Creo que abarca demasiado para que puedas hacérmelo. Hay pocas personas en el mundo con esa influencia sobre mí, y es porque me han hecho sufrir con anterioridad.

—¿Quiénes?

—Mi madre y... —Mi voz se apaga lentamente—. Si perdiera a mi mejor amiga, puede que también sufriera. Pero sé que ella nunca me haría eso. Es una de esas cosas por las que pondría la mano en el fuego.

—¿Tu madre te hizo daño?

Me quedo en silencio un momento, pero no permito que esa sea la pregunta que me defina. Inspiro hondo e intento sonar despreocupada al contestar. A fin de cuentas, ¿no está ya superado?

—Sin querer. Ella no eligió tener cáncer. Fueron los peores años de mi vida —confieso—. Es difícil ver a una persona que quieres postrada en una cama, debatiéndose entre la vida y la muerte. Y sin poder hacer nada... —Trago saliva y me encuentro con sus ojos. Él me observa de manera extraña—. Bueno, qué te puedo decir yo a ti. Imagino que viviste algo similar con tu padre. ¿Has invertido en esto por él? ¿Tenía esta enfermedad?

Cuatro veces tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora