C A P Í T U L O T R E I N T A Y C U A T R O

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—Creo que está despertando... —murmura una voz que se me hace conocida—. Apartaos, no creo que le haga gracia ver de repente cuatro caras a su alrededor.

—No le hará gracia ver la tuya en concreto —espeta otra, que estoy a punto de reconocer... Pero no, no alcanzo a asociarla con nadie.

Jamás me ha costado madrugar, así que si los párpados me pesan tanto debe ser porque se trata de algo considerablemente más grave que el sonido del despertador. No sé muy bien dónde estoy, pero el pitido regular de fondo, el olor a antiséptico y no reconocer las sábanas como las que uso para forrar mi cama, me da una ligera idea de que no salí ilesa del choque con el camión.

Después de batallar durante minutos contra el peso de mis párpados, logro abrir los ojos. Los cierro de inmediato, cegada por los fluorescentes y la luz del nublado exterior... Y pruebo de nuevo, observando a través de una rendija que, en efecto, hay cuatro caras a mi alrededor. Una chica con un corte de pelo al estilo pixie, otra con dos trenzas colgando de los hombros, una tercera con la melena negra casi por la cintura y el flequillo recto, y esa última casi rubia, con los labios pintados de rojo...

—¿Katia?

—¿En serio? —bufa Nina—. ¿De todas las que estamos aquí, es a ella a la primera a la que saludas?

—No os peleéis —pide Jacques con voz trémula. No estoy segura, pero creo que es su mano la que me agarra con firmeza—. No es un buen momento, e imagino que le dolerá la cabeza...

Ahora que lo dice, sí que me duele. Siento como si me estuvieran clavando miles de pequeñas agujas en el cráneo, una tortura que poco tiene que envidiarle a las de la China antigua. Me llevo una mano a la zona de la sien, pero desisto en cuanto me la rozo y un dolor insoportable hace que me maree. Cuando logro acostumbrarme más o menos a la sensación, abro los ojos de par en par y reconozco finalmente a las mujeres que me acompañan.

—¿Cómo estás, Non? —pregunta Katia, sentándose en el borde de la cama.

Parpadeo una sola vez para asegurarme de que es cierto y no estoy alucinando: Jacqueline Bon Varlet y Katia Cavellier en la misma habitación. Ha sido necesario un accidente automovilístico para reunir a la peña al completo... Lo que no quiere decir que me alegre de tener la cabeza como un bombo.

—¿Qué ha pasado? —pregunto con voz pastosa.

—Que, huyendo de la boda de Jacqueline con mi hermana, os arrolló un camión —contesta Nina, que no pierde el tono agresivo, pero a la que noto demasiado tensa para estar como siempre—. El médico nos dio tu diagnóstico hace unos días... Creo que Lulú se lo ha aprendido de memoria.

—Latigazo cervical... No muy grave, aunque tendrás que ponerte collarín unas semanas por si acaso —empieza ella, mirándome con miedo—. Fractura del cúbito. Llevarás vendaje alrededor de mes y medio, dos meses, y luego pasarás a rehabilitación por si acaso... Y te diste un golpe en la cabeza muy fuerte, pero no tienes contusiones craneales ni nada por el estilo. El airbag hizo su trabajo, aunque tienes algunas quemaduras en el cuello, el pecho, los brazos y la cara... Nada que no se vaya a ir con el tiempo.

Asiento lentamente con el ceño fruncido.

—Calculo que en tres meses estaré como nueva, y que me darán el alta en unos días. ¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?

—Inconsciente solo un día y medio, el resto del tiempo has dormido —contesta Jacques—. Han pasado setenta y dos horas desde el choque.

—Tres días... —murmuro, rozándome la venda del brazo con los dedos. Tardo unos cuantos minutos en salir de mi embotamiento mental, pero cuando lo hago, el primer recuerdo que me viene a la mente no es agradable. Lana saliendo despedida hacia delante. Lana...—. ¿Dónde está Lana?

Cuatro veces tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora